Monday, October 19, 2009

Sucesos improbables





Por: Perro


La historia que nunca pasó…


-1-


Tú, recostada en el sofá, con una almohada en la espalda. Aroma a café, tarde –ya casi noche- nublada. El perro durmiendo a tus pies. Llovizna. Un pedazo de pie de manzana a medio comer. Friends en la televisión. Caes dormida y sueñas con un galgo y un caballo blanco. Afuera una ambulancia a velocidad. Tu sueño: lo besas, apasionadamente, y los animales sólo observan. ¿Qué es eso que llamamos amor? Llueve francamente ahora. Un relámpago y te acurrucas. La luz se extingue. Tus pies sobresalen del sofá; una brisa los acaricia. Se intoxica el ambiente con el perfume que se desprende de tu cabello al moverte suavemente entre los cojines. El perro levanta la cabeza, otro trueno.


Sueñas un pasillo lejano, agarrada de su mano. Atardecer. No más galgo, no más caballo. El jardín se empapa, se ven desde las puertas de vidrio cómo se funden los pastos que soportan la tormenta con las enormes gotas que caen, en un profundo verde azulado teñido de gris. Tú duermes, y mientras tanto el mundo sigue. No te pidió permiso para continuar, simplemente tu tranquilidad le vale madres. Despiertas. Cierras la ventana que se abre paso por tu campo visual. Te vas a tu cuarto. Alguien dejó de existir.


-2-


Regresas a casa. Madera y vino invaden el ambiente. Te quedan seis años de vida. Esa tarde encuentras a tu mejor amigo de la preparatoria en las noticias. – ¿Será que aún se acuerda de nosotros?-. Un recuerdo repentino y absurdo te invade.


The Doors en el radio, cuatro cerebros a alta velocidad en una carretera. Fin de semana a la playa. Cervezas apagan la sensación de cautiverio alojada en la gran ciudad. Conforme se desvanece la mañana, se acaba el alcohol. Orinas al pie del camino, se siente el viento que corre desde los húmedos campos. Se escuchan los automóviles que huyen despavoridos del monstruo citadino. Llegan a la casa de sus tíos. Caldo de res, refrescos -¡qué pinche mareo! Debieron haber sido más de 12 cervezas-. La noche fresca, dos cajas de ámbar frescura. El malecón iluminado se extingue para dar paso a la arena, las olas. Solo la luna contempla la promesa de repetir el viaje tanto como se pueda. Un Chevy viejo espera las tres de la mañana y el fin de las canciones forzadas que supuran por sus bocinas. Te duermes. Se estaciona frente a su destino final. -¡Llegamos!- desearías no amanecer. Todo da vueltas, te vas a torcer el pie.


Anuncia que el año fiscal no será el mejor de la historia. Adiós al aumento de febrero. –Ojalá lo vea algún día-.


-3-


Un día nos conocimos y hasta que me enterraste no nos separamos. Te arreglas un poco el cabello mientras leo crítica política. Hueles a sandía, a maquillaje, a talco, a shampoo, a fresa, a delirio. Tu silueta resalta de la blusa que te has puesto. Cada detalle se hace estéticamente implacable: el broche del brassiere situado en la espalda se define debajo de la delgada tela, unos cuantos cabellos que brotan del arreglo de tu cabeza se pierden en el horizonte a la sazón de la luz que reflejan, un raspón blanquecino en la mezclilla de tus jeans a la altura de la rodilla recuerdan el trote y el pasar del tiempo. Un beso coqueto en el borde de mi boca y una disculpa –ya casi termino, ¿ok?- Asiento, y antes que te vayas, mis manos cometen el crimen.


Te tomo de la cintura, te arrastro suavemente a donde espero y te beso, te arruino minutos de labial. La lengua saborea el interior de tus mejillas, tus dientes responden con sutileza. El aroma se clava en los pulmones y algo me dice que no saldremos esta tarde. Te desabrocho el pantalón y subo tu blusa lentamente. Te retiras: -¡se hará tarde!-. Un beso en la frente y tu sonrisa que se tatúa en mi encéfalo. Te vas. Inevitable voltear a ver tu partida, me embeleso con la imagen. Volteas, sentiste mi mirada -¿y ahora qué?- preguntas. –Es como si…- me detengo, y pienso: si tus besos me duraran para siempre, si este momento no terminara, si el universo se detuviera… pero es más reto que avance y sigamos, porque lo que vale la pena rara vez dura más de algunas tardes -… se me antojara un vaso con whiskey-. Me ves extrañada. El precio que pago por no romper un momento. A veces me pierdo en lo asombroso de la cotidianeidad y prefiero no asustar a nadie con la locura de mi pensamiento.


-4-


Es de madrugada. Llueve pausadamente, como con pereza, como con desidia de cada gota que se resiste a morir contra el pavimento. Tú no lo sabes, pero todo acabó. Sueñas y no es conmigo. Tus manos suaves nunca volverán a tocar este rostro, y tal vez sea lo mejor para ti. Por meses me han dicho que te daño, que te he alejado de tu familia, de tus amigos, que invado las conversaciones con mi nombre. Esas piernas nunca volverán a sentir mis ansias sobre sus muslos, ni tus botones de aquella blusa a rayas serán casi arrancados por la desesperación por encontrarme como por vez primera con la piel de tu torso. Parece que sonríes. Si estuviera ahí -¿lo estoy?- te acariciaría el cabello, me quedaría oliendo la mano llena de ti, mezclada con el olor a cigarro barato característico de mis dedos. La calma de la noche que te envuelve se alberga en mi corazón. Te envuelve como alguna alocada tarde te envolvieron mis besos por todo tu delicado cuerpo, como mis fuertes manos te apretaron por el deseo de nunca soltarte. Pero el tiempo hizo que te soltara. Los caprichos de un errante cerebro que sucumben ante el sincero cariño que despierta en tu corazón. De hoy en adelante eres libre de nuevo. Nunca presa, pero ahora libre.


Una última poesía te compuse, se escribió con sangre en el pavimento.

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