Sunday, June 12, 2011

Las noches de tu partida

Por: Perro

Por fortuna, la noche en que te fuiste es irrepetible. La luna, visible en una noche clara como pocas veces, parecía gozar con tu huída y se volvió cómplice de tu partida iluminando los últimos trazos de tus pasos hacia el olvido.
El silencio reinaba cuando el reloj marcaba diez minutos después de la una de la mañana. Ese silencio que taladra el cerebro y crea un agujero que, conforme amaina la lluvia de sentimientos, hace que fluyan al exterior preguntas incómodas que seguramente pronto callarán: ¿por qué? ¿en qué momento…? ¿y sí…? ¿volverá? ¿volveré?...

El olor a hierba recién podada mezclado con aroma a tierra húmeda se cuela por la ventana abierta que deja entrar la fresca madrugada. La luz tenue del foco incandescente proyecta sombras de cosas conocidas en la pared: el cable empleado para secar la ropa, con dos o tres camisetas colgadas aún; un poster a medio pegar, doblada su esquina, se balancea por la entrada de la brisa, una planta un poco seca también es objeto del golpe por el débil rayo de luz… un conjunto que armoniza entre sí dentro del caos cotidiano de esa habitación que tantas veces nos vio amanecer, y tantas otras nos vio dormir.

Pedazos de vidrio roto se esparcen en el suelo, junto a la ropa sucia, junto a esos tenis viejos que alguna vez decidiste dar en adopción a mi habitación, polvo acumulado por semanas, revistas y libros con marcas del tiempo, corcholatas y latas de cerveza aplastadas. A lo lejos sólo se escucha la marcha de uno o dos automóviles. Entre el ruido especulo si ese sonido que se acerca, esos tacones nocturnos, serán los tuyos, que cargan a cuestas el arrepentimiento mutuo por lo ocurrido. Imagino la escena: abro la puerta, entras, un abrazo, recogemos un poco y nos dormimos abrazados; mañana arreglaremos las cosas con una plática en algún café como solemos hacerlo.

Pero tú no vuelves. El reloj marca las tres de la mañana y con ello ambiciono se cumpla la sentencia y demonios entren por las ventanas, por la puerta del baño, por el boquete de la esquina, por las coladeras, y llenen este vacío que siento por tu ausencia. Demonios de los errores de ayer, demonios que nacieron esta noche y demonios que nuestra boca haya de parir al quedar al descubierto nuestras diferencias y nuestra poca capacidad de conciliación. Pero no. Sólo se cuela la afonía helada que cubre con su manto la habitación y parece perpetuar cada objeto hasta la eternidad en esa posición. Inhalo profundo y la angustia se cuela por entre los bronquios hasta alcanzar las venas y congela mi cerebro: el amargo sabor de tu partida se filtra hasta el fondo de los ojos y los irrita, lo que provoca el llanto.

Suena a lo lejos una campanada. Luego otra. Puedo ver por la ventana que el amanecer se aproxima sin ti, la gente comienza otro día y no estás tú. La vida siguió después de la pausa de anoche y yo veo como poco a poco el sol hace su rutina diaria, y suceden los gritos de los niños, y las bocinas de los carros, y el repartidor de agua embotellada, y las motocicletas, y el perro ladra y se calla y vuelve a ladrar, los olores de la fonda cercana a la casa, y luego el jabón con cloro, y luego el silencio, es noche otra vez.

La luna, visible en una noche clara como pocas veces ilumina unas nubes que se retrasaron y parten hacia el horizonte calmadamente. El silencio reina cuando el reloj marca diez minutos después de la una de la mañana. El olor a hierba recién podada mezclado con aroma a tierra húmeda se cuela por la ventana abierta que deja entrar la fresca madrugada. Los mismos objetos en las mismas posiciones, sólo que con más polvo. A lo lejos sólo se escucha la marcha de uno o dos automóviles.

La maldición de tu ausencia se hace presente: cada noche es tan macabramente parecida a la anterior. Por desgracia, la noche en que te fuiste se repetirá hasta el final de mis tiempos.

Wednesday, January 12, 2011

Instantáneas, I

Por: Perro

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Dentro, el despliegue de The Wall, Roger Waters interpretando. Fuera del recinto, una multitud proveniente de distintos sectores de una sociedad demacrada y asaltada por sus propios gobernantes trata de entrar para vivir un poco de este suspiro contra el sistema. Al grito de “¡portazo!”, tratan de derribar una valla metálica. Golpes, CO2 de los extinguidores, tubos, patadas, sillas. Sangre en las caras de los no-asistentes. Waters critica al sistema represor desde sus letras. Ese sistema de corte capitalista que puso el precio elevado en las entradas de su concierto, que a la postre desataría una pelea por los boletos, en taquilla, en reventa y en las puertas. Saña en quienes portan el gafete de autoridad. Y nadie pudo derribar la valla.


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Ser revolucionario no es no usar ropa de marca, no es privarse de conciertos, de espectáculos; no significa ser pobre o dejar de lado su dinero. Revolucionario no es llevar una estampa del Che, o frases en el mensaje personal del Messenger. Una actitud revolucionaria no es unirse a una guerrilla. Ni consumir sustancias prohibidas, comprar piratería, vivir al margen del sistema. No significa no volver a probar refresco, no consumir comida chatarra rápida, no ver la televisión. Ése es el revolucionario pasivo que al sistema le conviene que exista. El revolucionario que se planta con una pose y su ideal es un slogan publicitario. Estos autodenominados revolucionarios no son más que esperanzas mesiánicas para un puñado de gente que prefiere pensar que pensando se cambia el mundo. Ser revolucionario es actuar congruente con lo que se piensa, y pensar que las cosas pueden y deben ser mejores de cómo son ahora, para todos. Y hacer algo al respecto.


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El reto de la hoja en blanco es semejante al reto del camino no comenzado. Ambos se extienden ante nuestros ojos, vacíos, y nos retan a caminar/escribir. Y lo hemos hecho antes. Es sólo que no sabemos cómo llenar con nuestros pasos/letras esas carreteras/líneas. No escribo para nadie en particular, como no camino para alguien en especial. Da lo mismo escribir de una rosa que de la masturbación; al final, alguien se ofenderá. Da igual caminar por la acera que por los carriles, a alguien le estorbaremos/alguien nos estorbará. Para qué estropear la prosa con peticiones inútiles que terminarán siendo aborrecidas por alguien más. Si he de ser odiado, al menos que sea sincero mi trazo/paso.


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¿Qué pasa cuando, tras una partida de ajedrez, quedan los dos reyes solos? ¿Qué ocurre cuando los peones han sido abatidos, los alfiles han sucumbido, no hay más caballos, ni torres, y las reinas se han marchado? Los dos reyes solos no pueden hacerse daño. A esto es a lo que yo llamo diplomacia. Sin ejército de por medio, la excusa resulta perfecta. Cualquier semejanza con la realidad es macabra coincidencia.