Saturday, March 15, 2014

Sin título, sin palabras



 

“There are no happy endings.
Endings are the saddest part, 
So just give me a happy middle
And a very happy start.”

-Shel Silverstein, Every Thing on it.

Por: Perro

Nunca está uno preparado para las despedidas. Nunca. Nunca imaginé tampoco que la tuya llegaría en marzo, sino más bien hacia finales de diciembre. Marzo es tan temprano, tan cercano. Nunca es una palabra tan triste y tan vacía, tan definitiva. Como cuando se escribe “nunca podré volver a verte”. Como cuando se cae en cuenta que nunca regresaré y te oleré, y me olerás, y te abrazaré y vendrás a recordarme que la computadora durará más que esas tardes. Y no pensé que tendría que decirte adiós así. Y es que uno es ateo y no cree en nada hasta que desea uno un segundo encuentro, un “hasta luego”, un “te veo más tarde”. Uno es escéptico hasta que abre uno la puerta y desea que todo haya cambiado, que ese día no haya nunca pasado, que las malditas pesadillas son así. Y es que uno no cree en caminos y en destinos hasta que se le planta a uno la muerte. Tan rápida, tan inadvertida.

Hoy me enfrento al dolor más cruel que recuerde en los últimos tiempos. Hoy perdí la esperanza de que siguiéramos siendo una familia como la habíamos soñado. Hoy tuve que aceptar que esa barca imaginaria que nos llevaba al futuro se dañó y no nos lleva juntos nunca más. Hoy tuve que olvidar las preocupaciones de cómo viajar contigo a otros países, de cómo iríamos a la playa, de que las vacunas vienen el mes que entra, y tuve que desligarme del hecho de que el mundo me da un descanso al entrar a ese lugar que gracias a tu mamá, a tu hermana y a ti se hizo hogar. Hoy tuve que poner a prueba las palabras que tantas veces me he oído decir, pragmáticamente, que todos somos polvo de estrellas y que a polvo de estrellas vamos a regresar. Hoy tuve que renunciar a volver a ver la alegría, la tuya y la mía, y resignarme a que esos momentos ya no llegarán, sino que se quedarán por siempre como fragmentos en un cerebro que hoy es un poco más pequeño, y mucho más triste. Hoy tengo que inventarme un pretexto para seguir adelante y no pensar que qué pasó, en qué falló, en qué pude haber cambiado. Tuve que quedarme con tu partida en mis brazos, y mi coraje hecho pedazos.

No volveré a sentirte dormir pegada a mí, ni tu pelito moviéndose al saltar, ni tu emoción al verme llegar. Hoy dejas un vacío que nada podrá llenar, ni que pretendo que nada llene jamás. Todos esos pequeños detalles ahora tendrán que vivir en estos recuerdos que por ahora no pueden aparecer sin causar tristeza. Todavía llego y espero encontrar un rastro, una huella, un ladrido, un poquito de la alegría que nos brindabas. Ahora me pesa buscarte por los rincones que te gustaban, comer las cosas que compartíamos, salir y no poder llevarte, dormir y no poder despertar y buscarte. Siempre estarás aunque ya no estés. Porque es fácil decir que el consuelo llega y la resignación aparece y la sobriedad coloca de nuevo todo en su lugar, y que el ajetreo y las responsabilidades y la mierda de cada día ayuda a superar o hacer que duela menos, y es más fácil aún decirlo cuando no se vive, pero lo que realmente termina con todo es tener que tragarse el cuento cuando es uno quien lo experimenta.

Te extraño, Phoebe. Te extraño y te quiero, y eso nunca cambiará. Y nunca dejaré de pensar en que te fuiste muy temprano, pero que seguirás aquí mucho tiempo después de tu partida.


Por tu papá, a diez días de haber tenido que decir adiós.