Saturday, January 10, 2009

Separación



Por: Perro

La muerte siempre es causa de interés dentro de las poblaciones humanas. Algunas de ellas, incluida aquella en la que habito, poseen una extraordinaria actividad cultural en torno a ella, que incluye festejos en días especiales destinados a tal fin, su comercialización en medios masivos gracias al morbo de la gente que hace rentable el negocio de la explotación visual de escenas relacionadas con el tema o incluso el culto a este acontecimiento. El fenómeno de la muerte impacta de manera muy distinta, pero invariablemente, a las diversas sociedades de nuestro planeta, incluso las animales como veremos posteriormente. En nuestra especie, el tema es abordado desde muy distintos puntos de vista dependiendo del contexto con el que interactúa cada uno de sus miembros. Así, si preguntamos qué es la muerte a 30 individuos de distintas profesiones u oficios, se obtendrán 30 respuestas muy distintas. Si se hace el mismo cuestionamiento a 30 personas del mismo entorno laboral, se obtendrán 30 respuestas que diferirán en función de las creencias pero que pueden tener una percepción similar del fenómeno. Si seguimos preguntando veremos que el concepto de la muerte varía de individuo a individuo, pero hay un factor relativamente común: la idea de pérdida.

Muchas personas ven en la muerte una pérdida ya que involucra el cese de interacción con el organismo muerto, y más aún, los psicólogos analizan el evento del entierro como la aceptación de que la pérdida de esta interacción es definitiva y que contribuye a la superación del dolor asociado a esta pérdida.

Pero en si, ¿Qué es la muerte? Biológicamente no se puede definir sino como la pérdida de una o más de las únicas tres características que todo ser vivo posee: una barrera que permita intercambio de sustancias con el medio, metabolismo y material genético. Estas funciones definen lo vivo, y si alguna de ellas se ve comprometida de manera irreversible, se habla de muerte biológica. El problema viene con la cuestión de la individualidad del ser: la pérdida de un ente biológico se califica como muerte, pero en si, cuando hay división celular y una célula se fisiona para dar lugar a dos nuevos entes, independientes el uno del otro, pero que proceden del mismo organismo, que existen a partir de sustancias que previo a la fisión pertenecían al mismo ser, poseen la misma información genética y si se someten a los mismos estímulos, seguramente actuarán de manera muy similar. En si, la pregunta es ¿Qué le ocurrió a la célula madre? ¿Murió, simplemente porque ahora no existe como ente individual, o ahora vive en dos realidades paralelamente?

Es importante discutir esto, en especial para cualquier instancia que levante la voz en torno al aborto, ya que muchos de quienes se declaran en contra de esta acción argumentan que la vida existe desde el mismo momento en que un ser es concebido, es decir, desde que se fecunda el óvulo por el espermatozoide paterno. Una vez que ambos materiales genéticos se fusionan en uno solo, y se convierten en un mismo ser, queda una única célula. ¿En ella radica la individualidad del ser? Una vez que comience el proceso de división celular, se tendrán dos, y luego cuatro, y luego ocho, y luego miles de células, que empezarán a diferenciarse de acuerdo al plan genético que yace en sus núcleos y en función de los estímulos químicos que reciban. Por esa razón es que reciben el nombre de células totipotenciales (“con todo el potencial”). Quienes argumentan que la existencia del alma es una cualidad humana que se adquiere desde la concepción, deberían decirnos dónde se refugia dentro de las células que se dividen, una a una. Y más allá de declarar el espacio físico donde radica tal entidad, deberán aclarar cómo es que esta alma reside en nuestras células y no en otras, qué hace especiales a las células humanas que, vistas bajo el microscopio, o analizadas a nivel molecular, son iguales o muy parecidas a otras células de los que se consideran nuestros parientes biológicos más cercanos. Para quienes aceptan las teorías creacionistas sobre el origen del hombre, es una pregunta sencilla de responder. Para quienes consideran un origen evolutivo del mismo, la pregunta puede en si radicar en cuándo la célula adquiere el carácter humano, es decir, qué separa a nuestra célula germinal de aquella del predecesor, del chimpancé, y del pez, y de todo otro ser vivo. Cuando la variación entre el chimpancé y el humano es de sólo 1.6% y la variación dentro de nuestra especie es de 1.1%, ese fino límite queda aún más difuso, y aunque no descendemos de ellos, tanto los chimpancés como nosotros descendemos de un mismo antecesor común. Entonces, viene la cuestión de porqué ellos no tienen esta alma, que hace que quienes defiendan al aborto digan que la dignidad humana está desde la misma concepción, y se mantiene por siempre dentro del ser.

En fin, no es mi intensión dar un debate sobre religión y ciencia dura, sino hacer ver una cuestión sobre el entendimiento de la muerte: si la vida, la individualidad y el ente social humanos radican desde el inicio en una célula, ¿Qué pasa con esos atributos en las demás células? ¿Se pierden? ¿Se mantienen? De mantenerse, entonces deberá reflexionarse sobre ciertas cuestiones muy radicales y que involucran la psicología de manera muy especial, como en el ejemplo que relato enseguida: durante un protocolo de investigación sobre septicemia (infección bacteriana en sangre; generalmente un padecimiento con muy mal pronóstico), una nutrióloga me llevó una muestra un viernes para que yo realizara mi trabajo (que consiste en extraer DNA de muestras, entre otras cosas). Dejé la muestra en refrigeración para que se conservara hasta el día lunes en el que, con un poco más de tiempo y menos cansancio, pudiera extraerla. Así pasó el fin de semana y el lunes fui notificado acerca de la defunción de aquel paciente. Cuando comencé a procesar la muestra, recordé que se trataba de células vivas. El cadáver del paciente había sido incinerado, y eso quería decir que las células que yo tenía cautivas en aquel tubo eran lo único que quedaba vivo del individuo. Si a la familia del mismo se le informara sobre el hecho de que aún una parte de su familiar vivía, y que, potencialmente, se podría mantener el cultivo vivo hasta que la tecnología y la sociedad permitiesen clonarlas o de alguna manera “regresar a la vida” la imagen tridimensional de tal persona, ¿Cuál sería su reacción? Esto lo pregunto dado que también conozco el caso de una madre que perdió a su hijo en un desafortunado accidente, fue incinerado y tras el proceso encontró un pedazo de fémur entre las cenizas, al cual le hizo un agujero y colocó una cadenita, porque así lo podría colgar en su cuello y traerlo cerca del corazón. Este par de situaciones nos habla sobre la forma de afrontar lo que la muerte nos quita, algunos que se dicen maduros o inteligentes o superiores, o simplemente fanfarrones que desean ocultar sus propios temores, dirían que son casos de gente enferma o dañada, o que no tiene la entereza de aceptar la condición inevitable de mortal. Es por eso que los distintos ritos que la suceden están, según los psicólogos, destinados a ayudar a quienes sufrieron la pérdida, a aceptar la misma y tratar de disminuir el dolor. Otras especies también lo hacen, tales como los elefantes, que visitan los desfiladeros a donde van a morir los machos viejos en varias ocasiones, y se reúnen en torno a cráneos de sus antecesores fallecidos. Existe por lo menos un testimonio de que una madre elefanta y su manada arrasaron una comunidad rural en India hasta encontrar el cráneo de su pequeño hijo, el cual tomó con su trompa y llevó a un claro donde se reunieron en torno al resto y barritaron por largo rato moviéndose acompasadamente. Esta clase de acontecimientos nos hace ver que tal vez el concepto de muerte, así como la necesidad de aceptarlo tanto en lo colectivo como en lo individual, no es una característica exclusiva de nuestro linaje. Mucho se ha especulado al respecto y muchos antropólogos y psicólogos sociales, biólogos y demás han acabado con su paciencia tratando de convencer si lo anteriormente comentado es una extrapolación no fundamentada de una característica meramente humana a una conducta animal por no poder explicar su comportamiento, o si se trata de una auténtica muestra de luto y sensación de pérdida. Dos cosas son innegables: en algún momento antes de que deliberadamente algunos decidieran que no pertenecemos al reino animal, en nuestra antigua condición de “animales preevolucionados”, comenzamos a mostrar conductas rituales respecto a la pérdida de un ser allegado a nosotros, y el hecho de que la muerte, con sus peculiares y rutinarias manifestaciones, marca nuestras vidas.

La dualidad desde adentro


Por: Perro

Es poco conocido el hecho de que el embarazo es en realidad la representación molecular de la naturaleza humana, y más aún, de su vida en pareja. A nivel celular, el cromosoma Y, masculino, es constantemente perseguido por el cromosoma X, femenino, en un intento por exterminarlo, con el deseo de acabar con los genes que sabe colonizarán su intimidad, lo que ha desembocado en el pequeño tamaño del primero, que disminuye sus funciones al mínimo posible, quitándose de todo lo que no sea un gen esencial, para escapar del X.

Por su cuenta, la penetración no se queda en la cama. Existe un conjunto enzimático que degrada la capa más externa de un óvulo que se opone a la frenética lucha de los espermatozoides por entrar, e, inevitablemente, uno de ellos lo logrará. Y entonces los programas genéticos del violado y del violador lucharán por la hegemonía bioquímica del nuevo ser.

El espermatozoide determina el sexo, pero el óvulo decide en qué se ocupa la energía de la nueva unión. Por su forzada complicidad, el óvulo fecundado está destinado a ser rechazado y en su momento, expulsado por el endometrio o aniquilado por el sistema inmune. Tiene poco tiempo para mandar una señal de que aún una parte de la fusión carga con su representación.

Para la protección del nuevo ser, heredero pasivo del legado genético de una lucha perpetua entre dos entidades antagónicas y cómplices de un mismo fin, los genes paternos desarrollan una barrera apenas permeable, la placenta, que será su escudo en tal invasión a un espacio que no le pertenece, en el que es un extraño y como tal debe ser eliminado. Invadirá y obtendrá recursos del sitio donde se desarrolla a expensas de su hospedero, quien padecerá las consecuencias de tal invasión. Tal vez por esto detesta el X al Y.

La dualidad es inherente a la naturaleza humana porque estamos formados de materia. Y la materia, desde su base mínima y esencial que es el átomo, es dual. Esta partícula es, por definición, un montón de cargas positivas (protones) coexistiendo con el mismo número de partículas sin carga (neutrones) y rodeados por una nube de cargas negativas (electrones). Hasta aquí, todo bien. La gran cuestión surge desde el instante en que pensamos en el concepto universal sobre la polaridad de una relación de cualquier naturaleza: polos iguales se repelen, polos opuestos se atraen. Entonces, la gran pregunta: ¿Por qué no se juntan los electrones con los protones? Porque si se juntan, se detienen, se colapsan. Es por eso que una fuerza muy superior, la nuclear, mantiene juntos a quienes deberían repelerse, y separados a quienes desearían juntarse. Nada es casualidad, nada. Resultará prudente reflexionar al respecto la siguiente vez que veamos o cometamos un embarazo.