Monday, August 11, 2008

Fragilidad y Fortaleza


Por: Perro


La mujer, Homo sapiens 46XX: De estructura estilizada, posee una mezcla deliciosamente aterradora de fuerza y delicadeza (no hay quien vea en una mujer sólo fuerza o sólo fragilidad, he ahí la razón de su éxito como entidad biológica que nació para escoger de entre miles que la pretenden). Tiene por capacidades una mirada que sostiene ante cualquier amenaza pero también ante situaciones de cortejo. Posee tantos sitios donde fijar la mirada –o con mayor confianza, las manos- que confunden. No son culpables de atraer la vista de cualquiera que las divise hacia dichos puntos, si bien la biología eximiría de una parte de la culpa también a quien ose cometer este acto: ¿quién puede culpar a las redes neuronales de activarse ante dicho derroche de belleza natural, Helenas todas ellas, si su única falla es la de detectar la perfección de los trazos?


De su tórax se desprenden brazos que rematan en unas manos muy sensibles. Dichos brazos ocupan toda su fuerza para lograr acciones que pocas veces nos sorprenden pero que sin embargo suponen un reto a la fisionomía femenina, poseen gran aguante y los emplean en las más diversas tareas. Hacia el norte remata en un juego de cervicales que, en conjunto con juegos musculares adecuadamente dispuestos, dan origen a un soporte cefálico impresionante por su acabado fino y su extraordinaria fuerza. Se trata de un pedestal que salvaguarda la arquitectura delicada que da forma a las facciones de la cara que reconoceremos el resto de nuestras vidas y que grabaremos con ayuda de algún estímulo como una sonrisa o mirada que impregne la memoria con su esencia. Asimismo, esa región es susceptible de ser estimulada con suavidad y reacciona, bruscamente en ocasiones, provocando el movimiento de un conjunto de hélices de proteína que se conocen como cabellos, y cuyo meneo provoca un vértigo especial, más si se puede tener contacto con ellos, en particular sobre la tez propia. Generalmente perfumados con delicadas fragancias: rara vez una mujer huele mal, a menos ante las narices de quienes las amamos.


Del frente cuelgan dos redondeces, de tamaño variable, para todos los gustos, que pueden sufrir cambios en función de la gravedad, dando efectos inimaginables, tal como se puede jugar con la apariencia de una escultura que se observa con distintas formas de iluminación. Se dice que guardan leche en periodos perinatales, más en realidad mantienen almacenada una explosiva mezcla de sensaciones que ellas perciben a través del comportamiento de quien se prende de ellos. Son, empero, uno de los detonantes más poderosos así mismo de la salvaje condición de animal de Homo sapiens 46XY, sin pretender justificarlo, puede enloquecerlo al grado de ofender, de lastimar, de morder, de denigrar, sin que por ello podamos decir que es entendible dicho comportamiento.


Hacia el sur la cintura desemboca en el mar de las caderas, sitio donde también se han perdido muchas vistas navegantes y se reencuentran con el aire cual náufragos sobre la arena, tan pronto se recupera el aliento de sobrevivirlas. Protegen la entrada del centro de creación en su máxima expresión, sitio donde recombinará la historia con el potencial a futuro, los linajes de todos los antepasados del mundo y se escindirán en todas las posibles descendencias, el retorno a la vida, el símbolo de la semilla, del entierro, de la tierra fértil que convierte horas de placer, adrenalina y serotonina en descargas hormonales, dolor y sangre nueva. Es también la cueva donde millones han muerto en las ansias, compartidas con cualquier espeleólogo, de encontrar el fondo, el principio del vacío que impera desde dentro de la tierra desde el principio de los tiempos. Se han cansado de tratar de llenar ese vacío simbólico, grande y noble.

La mujer individual: De estructura delicada, posee una mezcla de capacidades mentales extravagantes y fortaleza engañosamente aterradora (no hay quien pueda mentirle a una mujer mirando a sus ojos, sin sentir que deja en ello una parte de su vida que no podrá recuperar jamás). Tiene por capacidades poder ver más allá de lo que dejamos ver, porque una mujer sabe ocultar pero también sabe cuando le ocultan. Posee tantos pensamientos y sentimientos donde perder la noción del tiempo –o con mayor descuido, la razón- que confunden. No son culpables de hacer sentir por ellas un deseo incomprensible de ser deseados por ese cúmulo de pensamientos y sentimientos, si bien la sociedad eximiría de una parte de la culpa a quien ose enredarse entre sus ideas: ¿quién puede culpar a nuestras señales químicas por liberarse ante dicho derroche de emociones, Afroditas todas ellas, si su única falla consiste en no alertar sobre la posibilidad de perder el juicio con un beso?


De su tórax se desprenden brazos que rematan en unas manos muy sensibilizadoras. Dichos brazos ocupan toda nuestra fuerza para lograr acciones que pocas veces nos sorprenden pero que sin embargo suponen un reto a nuestra individualidad, poseen gran fuerza de persuasión y nos mueven para que las protejamos de las más impredecibles inclemencias (incluidas las que nosotros mismos, amantes de las mujeres, provocamos). Hacia el norte remata en un juego de cervicales que, en conjunto con juegos musculares adecuadamente dispuestos, dan origen a un soporte cefálico impresionante que supone uno de los sitios de contacto más sensuales de que se tienen noticia. Se trata de un pedestal que salvaguarda la ingeniería delicada que da forma a las acciones de la compañera que reconoceremos el resto de nuestras vidas y que grabaremos sin ayuda de mayor estímulo que el provocarnos una sonrisa o desviar hacia ella nuestra mirada de forma tal que su inconsciente roba nuestra esencia. Asimismo, esa corteza cerebral es susceptible de ser estimulada con detalles y reacciona, bruscamente en ocasiones, alterando el curso de los pensamientos y acciones premeditadas, y cuyo vaivén provoca un vértigo especial, más cuando son las primeras ocasiones en que observamos dichas respuestas. Generalmente rematadas con delicadas palabras: rara vez una mujer se escucha mal, a menos ante los oídos de quienes las amamos.


En su frente se enclavan dos redondeces, de pequeño tamaño, para todos los gustos, que pueden sufrir cambios en función de la situación, dando efectos inimaginables, tal como se puede jugar con la apariencia de una belleza natural que se visita en distintas épocas del año. Se dice que son la ventana del alma, más en realidad mantienen almacenada una explosiva mezcla de emociones que de ellas emanan a través de su comportamiento cuando alguien se prende de ellos. Son sus emociones, empero, uno de los detonantes más poderosos así mismo de la innegable condición incomprensible de Eros (el gusto del hombre por el hombre, porque es más fácil entender lo que no es diferente), sin pretender justificarlo, puede enloquecerlo al grado de ofender, de lastimar, de mutilar las oraciones de la mujer, de denigrar, sin que por ello podamos decir que es entendible dicho comportamiento.


Hacia adentro su cabeza desemboca en un río de aguas dinámicas, sitio donde es fácil perderse y zozobrar entre caprichos y peticiones razonables que se confunden y nos dejan como gladiadores tras la batalla, exaltada nuestra persona pero con el cansancio de quien cumple una peligrosa campaña y se reencuentran con el aire tan pronto alcanza la cima de la montaña, sólo para ver que hay neblina. Protege la entrada del centro de creación en su máxima expresión, sitio donde recombinará las experiencias pasadas con las expectativas a futuro, los precursores de todos los errores y aciertos de su mundo y se escindirán en todas las posibles vivencias, la continuidad de su vida, el símbolo de las plantas, del tronco y las raíces, del trabajo útil que convierte horas de esfuerzo, adrenalina y dopamina en descargas eléctricas, color y sensaciones nuevas. Es también la inmensidad del universo donde millones han muerto en la espera, compartida con cualquier astrónomo, de encontrar el límite, el principio del silencio que impera desde dentro de la tierra desde el principio de los tiempos. Se han cansado de vagar por entre las estrellas de pensamientos, nebulosas de sentimientos, fugaces destellos de esperanza y galaxias de nobleza


La mujer, una experiencia: De estructura deliciosa, posees una mezcla francamente anestésica de fuerza y delicadeza (no hay quien pueda verte y se resista a pensar en tus labios curiosos, delicados, sabor a fruta grasosa por el labial color cereza que usas). Tienes por cualidades una mirada que me desconcierta y no sé si estás huyendo o promoviendo el cortejo. Posees tantos sitios donde fijar la mirada –o con menos preocupaciones, las manos- que confunden. No eres culpable de atraer mi vista hacia dichos puntos ni de hacerme querer besarte las ideas, si bien la experiencia me eximiría de una parte de la culpa también por osar cometer este acto: ¿quién puede culpar a mis estúpidas redes neuronales de activarse ante dicho derroche de belleza natural y pensamiento misterioso, simultánea niña y mujer toda tú, si su única falla es la de emocionarse ante la perfección de tus trazos y ante la dulzura de tu voz que pronuncia lo que siempre quise escuchar, aunque efímero fuera?


De tu tórax se desprenden un par de delicados brazos que rematan en unas manos muy estilizadas. Dichos brazos ocupan toda su fuerza para lograr acciones que nos sorprenden pero que sin embargo no representan mayor reto que el sentirse bien juntos el uno con el otro, poseen gran carga de sensaciones y los empleas en las más diversas tareas.

Hacia el norte remata en un juego de cervicales que, en conjunto con un toque de perfume y la suavidad de tu piel adecuadamente dispuestos, dan origen a un camino de impresionante sensualidad por los matices de olores, temperaturas, sabores y texturas que me dedica conforme lo recorro con mi vista, olfato, gusto y tacto. Se trata de un pedestal que salvaguarda la naturaleza delicada que da forma a los sinsabores y condimentos de mi existencia, que compartiremos el resto de la vida de nuestra relación y que grabaremos en el inconsciente de los dos sin más ayuda que los momentos vividos, la intimidad común a ambos, las discusiones que celebran nuestras diferencias y la tristeza del seguro desenlace. Asimismo, estamos en una situación espacio-temporal susceptible de ser estimulada con cualquier acción y reaccionar, tardíamente en ocasiones, provocando el movimiento de un conjunto de emociones de origen en dos puntos cualesquiera que no son arbitrarios porque viven dentro de nosotros y se alimentan de nosotros, hasta el día de su inevitable muerte porque sabemos que hay mejores y más lejanas cosas y experiencias que nos llamarán a la separación. Generalmente aderezados con exquisitas idealizaciones: rara vez una relación sabe mal, a menos ante las bocas de quienes desean aún besarse.


Del frente cuelgan dos problemas, tu inseguridad y la mía, de tamaño variable, para todos nuestros disgustos, que pueden sufrir cambios en función de nuestro estado de ánimo, dando resultados inimaginables, tal como se puede jugar con los caminos cuando se cambia el rumbo sin decir por qué. Se dice que guardan los secretos de los celos, más en realidad mantienen almacenada una explosiva mezcla de culpas que se perciben a través de nuestro comportamiento cuando no estamos prendidos el uno del otro. Son, empero, uno de los detonantes más poderosos así mismo de la innata condición de animal de ambos, sin pretender justificarnos, puede enloquecernos al grado de besar, arañar, morder, dormir uno junto a otro por la tarde olvidando que el mundo sigue girando, sin que por ello podamos decir que es entendible dicho comportamiento.


Hacia el sur nuestras cinturas desembocan en la selva de los genitales, sitio donde también hemos perdido la cordura (con o sin cariño) y se convierte en la región más sincera, donde los orgasmos no mienten y la cercanía es superflua. Son la salida del centro de instinto en su máxima expresión, sitio donde recombinará la historia permitida de los dos con el potencial incierto de seguir a futuro, las experiencias que pondremos a disposición en la naciente relación y se escindirán en todas las posibles consecuencias, el retorno al inicio, la aceptación de nuestra condición de humanos con pasado, el desentierro de los traumas, de las preguntas incómodas que desean salir a flote y buscar respuestas que conviertan horas de incertidumbre, adrenalina y saliva en recuerdos cálidos, dolor y llanto nuevo. Es también la madeja de DNA donde millones han muerto en la incertidumbre, compartida con cualquier biólogo molecular, de encontrar la verdad, el principio de la vida como la conocemos que impera desde dentro de nuestras células desde el principio de nuestros tiempos juntos. Se han cansado de tratar de existir con un vacío real, frío y seco.

Por temporada: Se busca pretexto


Por: Perro


A veces se puede decir que es insuficiente la cantidad de palabras para expresar lo que se siente. En ocasiones se puede decir que es insuficiente la cantidad de eventos vividos para la necesidad de expresión que tenemos. Lo que es cierto es que nuestra nece(si)dad (para más información sobre la curiosa relación entre la escritura de ciertas palabras, remítase el lector a:
http://lastierrasyermas.blogspot.com/ y a un texto con personajes llamado Entre Marx y una mujer desnuda del ecuatoriano Jorge Enrique Adoum) de expresión nos lleva a crear. Creamos para otros y para nosotros mismos, aunque siempre es más auténtico olvidar el para qué y dejar sólo el por qué: porque quiero sacar algo.


Un pretexto: Darle a nuestra expresión una causa (formalmente le llamaremos excusa o pretexto) equivale a darle un creador al universo: no podemos explicar su aparición y nos come el vacío si no podemos justificar su existencia como el resultado de un evento inicial. ¿Por qué hemos de decir ante quien sea, incluso nosotros mismos, que el nacimiento de tal expresión es producto de un algo? ¿O sea que, si no hay motivos, no puedo generar algo que no existe? Entonces habrá mucho trabajo para justificar cada una de las acciones, y esto no será siempre posible, por fortuna (”bienaventurados los que carecen de moral, porque de ellos no será ningún reino post-terrenal, pero sabrán gozar la vida”).


Piense el lector, por favor, en alguna de sus tantas vivencias y póngale un punto inicial. Escojamos el beso sabor ron/cerveza/tequila que damos o nos es dado. Si hay un lazo, sentimental o no, con otro Homo sapiens, mejor. Es deprimente que al día siguiente de dicho evento se recurra a la poca cabeza que nos queda en ese momento (por demás aturdida) para inventar un pretexto –durante el transcurso de lo que suele llamarse, hipócritamente, cruda moral-: me sentía solo, bendito/maldito alcohol, me quiere separar de él/ella/ti, me quiero separar de él/ella/ti y por eso pasó, y un largo y entretenido etcétera –obviamente entretenido unos años después, en primera persona. En tercera persona puede aplicarse inmediatamente el adjetivo-. Pero no es cuestión de explicarle a nadie, ni a la primera ni segunda ni tercera persona, o al colectivo involucrado (de manera voluntaria o involuntaria, sea por ellos mismos, sea por los actores) lo ocurrido, sino de saber que fue y que nos gustó o no. Punto.


Así igual pasa con los textos y en general cualquier forma de arte: si lo hacemos, es porque se quiso hacer y no por nada más. Hacer algo pensando en agradar o desagradar a alguien más es el origen de lo que se denomina comercial y es una ofensa más que un reflejo de nosotros en tanto que no es auténtico (ojo: no confundir dedicar un algo a alguien o escribir con algo o alguien en el pensamiento con la atrocidad recién descrita). ¿Cómo podemos fiarnos de lo escrito si quien escribe no es capaz de sostener que lo hizo porque quiso? ¿Cómo otorgarle credibilidad a su texto, por más elocuente/despreciable/fuerte/subversivo que sea si tiene que justificarse ante sus lectores por expresar lo que ha dejado al descubierto?


El genial acto de pensar: Y si bien, auténtico, cuestiona el lector, es aquello que no es vivido ni sentido de igual manera por otro entonces sólo se ha de poder escribir de lo que se ha experimentado y nada más. No. No es preciso haber muerto para hablar de la muerte en tanto sea nuestra interpretación libre de la misma lo que relatamos en torno a ella. El cerebro humano no es grande por lo que puede percibir y asociar –de hecho estamos bastante limitados en el primer punto- sino por lo que puede suponer, modificar abstractamente, masticar por dentro antes de aprovechar. Por tanto, podemos imaginar (no confundir con predecir) eventos que no son, de nuestra percepción, objeto y modificarlos, sentirlos, hacerlos nuestros, e incluso transmitirlos por varios medios. Ergo, podemos escribir del amor como evento pasado, como evento futuro, como evento atemporal, incluso sin experimentarlo en ese preciso momento. Incluso sin que sea un evento. Es la maravilla de la mente humana, y sólo ella, la que permite jugar (dentro de los límites cognitivos de la experiencia personal) con nuestro universo, a tal grado que puede incluso ponerle un creador al comienzo de los tiempos si con eso desea justificar su existencia, dado que no le baste ser para poder creer que existe…