Saturday, October 01, 2016

Por qué Peña Nieto (ya) no puede expulsar a Roger Waters




Por: Perro

Capítulo III

De los extranjeros

Artículo 33. Son extranjeros los que no posean las calidades determinadas en el artículo 30. Tienen derecho a las garantías que otorga el capítulo I, título primero, de la presente constitución; pero el Ejecutivo de la Unión tendrá la facultad exclusiva de hacer abandonar el territorio nacional, inmediatamente y sin necesidad de juicio previo, a todo extranjero cuya permanencia juzgue inconveniente.

Los extranjeros no podrán de ninguna manera inmiscuirse en los asuntos políticos del país.


Mucha gente ha vendido su dignidad, su tiempo, su profesionalismo o sus capacidades para el proyecto de trabajo de Peña Nieto. Su remuneración han tenido: desde tortas y bebidas hasta posiciones políticas. Desgracia tras desgracia, escándalo tras escándalo, litro de sangre tras litro de sangre, la incompetencia de la “cabeza” de este país se ha hecho patente. Hoy, quien defiende lo indefendible se debería enfrentar contra sí mismo para plantear por qué sigue del lado de la ineptitud. Toda esta gente podría juntarse y buscar la expulsión y veto de Roger Waters, quien en días pasados lideró a un conjunto de artistas de diversos rubros para una de las puestas en escena más impresionantes que México ha visto desplegarse en su territorio.

Roger Waters hizo un llamado al presidente (en español, para que no le cueste trabajo al inepto entenderlo) y desde las entrañas de la ciudad sede del poder ejecutivo de México, le soltó una bofetada mediática a él y a su (des)gobierno:

“Existe otro muro el de los privilegios que dividen a los ricos de los pobres... la vez anterior que estuve aquí, conocí a algunas familias de los jóvenes desaparecidos. Sus lágrimas se hicieron las mías, pero las lágrimas no traen de vuelta a sus hijos... Señor Presidente, más de 28 mil hombres, mujeres, niñas y niños han desaparecido, muchos de ellos durante su mandato desde 2012. ¿Dónde están? ¿Qué les pasó?... Señor Presidente escuche a su gente los ojos del mundo lo están viendo”

El artículo 33 en su redacción y alcance queda anacrónico a la realidad mexicana. Como bien expone el Dr. Manuel Becerra Ramírez: “De lo anterior se desprende que en principio, los extranjeros tienen derecho a las garantías individuales que otorga la Constitución, pero el Ejecutivo de la Unión, a su leal saber y entender, puede hacer abandonar a los extranjeros. Esta facultad del Ejecutivo es exclusiva de él, y el extranjero tiene que cumplir inmediatamente y no tiene derecho a juicio previo. Una facultad amplia, digna de un dictador del siglo XIX o bien de una dictadura militar”.

La frase ambigua, laxa y presa de lo subjetivo que reza “[…] todo extranjero cuya permanencia juzgue inconveniente” brinda al titular del Ejecutivo la posibilidad legal de un berrinche a la mexicana (en mi casa y con mi gente, se me respeta). Sin embargo, esa misma facultad no fue aplicada ante un ciudadano estadounidense (Donald Trump) quien, tras su escandalosa presentación al lado de Peña Nieto, se mofó de los “acuerdos” llevados a cabo en una patética reunión a puertas cerradas en Los Pinos. A este candidato se le hubiera aplicado el peso del artículo 33 al considerarse popularmente como persona non grata con todo el apoyo del pueblo mexicano. Más allá de la intromisión en la política del país, sin el amparo de una diplomacia reservada para un Jefe de Estado, los reiterados comentarios de odio hacia el pueblo de México hubieran bastado para tomar la ambigüedad de la inconveniencia mencionada en el artículo 33 para limar asperezas con un desaprobador electorado mexicano y retirar un poco de la materia fecal que Peña se ha esforzado por acumular, semana a semana, durante los últimos cuatro años. Pero no ocurrió así. Al republicano en desgracia, después de excusarlo ante los compatriotas porque somos nosotros los idiotas que no entendimos lo que el buen Trump quiso decir, se le trató como representante de una nación, como aliado estratégico, como amigo. Horas más tarde, se burlaba obscenamente de la visita y la presidencia de la nación sólo se esforzaba por tratar de enmendar la situación vía Twitter.  La falta de carácter que acusa Peña desde su mal habida llegada al poder en 2012 sólo quedó de nuevo en evidencia al no hacer nada más que gritarle desde una red social a Trump "Repito lo que le dije personalmente, Sr. Trump: México jamás pagaría por un muro". No tuvo el valor para defender la soberanía de un pueblo al que el empresario ha ofendido y desprestigiado y poner de alguna manera un alto a los muros del vecino incómodo. Puso la banda presidencial de tapete y la ofreció para lustrarle las suelas al político del norte. Pero para Enrique Peña, él no es un extranjero inconveniente. Justificó y se arrastró (una vez más) ante los medios y la otra candidata de EEUU para suplicar entendimiento a su accionar. Algún precio político tendrá de ventaja para él, sus asesores y Videgaray, quien presuntamente coaccionó a Peña para realizar tal reunión. No me sorprendería que, en el posible escenario de una victoria republicana, Videgaray funja como embajador de México en EEUU. O como accionista de alguna empresa relacionada con los negocios de Trump. Su justa recompensa a tiempo llegará.

En cambio, decirle a Enrique Peña que está del lado de la nación, que cuestiona los medios y los resultados de su gobierno en materia de derechos humanos, y darle megafonía al ya estridente grito de “Renuncia Ya”, podría significarle a Roger Waters la expulsión del país. Se lo dijo fuerte y claro, en su idioma. Se lo dijo sin tapujos. Pero ya no puede ser víctima del artículo 33, pues cuando fue necesario que Peña hiciera uso de su ambivalencia, le tembló la mano, si acaso lo consideró en algún momento. Porque dejó pasar la inmediatez del 28 de septiembre, y luego la del 29 de septiembre. Porque se le recordó con Algie y sus amigos que nos faltan 43 y miles más y no acertó a decir nada. Porque elevó la voz de las y los muertos y sus deudos y los puso en un pedestal a su altura, y su respuesta fue el silencio. Porque tuvo la complacencia y participación de miles de mexicanos en vivo y de cientos de miles en las redes sociales y de millones en las calles y avenidas de este país, maltratado y defecado por las decisiones de sus gobernantes. Porque expulsar hoy a ese extranjero incómodo es terminar con la debacle de su aprobación ciudadana. Porque la situación del país no puede obviarse y hacer oídos sordos a los gobiernos extranjeros que, sin inmiscuirse, desaprueban los modos, los medios y los fines de Peña y su gabinete. No puede correr a Roger Waters porque el precio mediático que pagaría su gobierno es incosteable y la desaprobación y la indignación llegarían a límites pocas veces vistos en la historia del cuerno de la abundancia. No puede expulsarlo porque quedaría expuesta su ineptitud y su participación culposa en los actos que son reclamados por millones de mexicanos. Expulsarlo sería síntoma de ardor y en esta ocasión, se lo tendrá que tragar. Y porque, hoy en día, y como sentencia perfecta para terminar el discurso, Roger Waters le recordó que “los ojos del mundo lo están viendo”.

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