Sunday, May 12, 2019

Cartas a Vianney: Isolation/wearing the inside out



Por: Perro

Antes eran otros tiempos. “Qué pendejo eres”. Sí, ya sé que suena realmente estúpido. Tú siempre en pos de la perfección. A veces uno se siente ajeno al mundo. Ajeno a sus demonios. Ajeno a sus armas y sus sonrisas. A veces uno no es comprendido cuando se quiere estar acompañado en la soledad, o solo con alguien más. No es el acto de la soledad un soliloquio, sino a veces una extraña coreografía. Antes era más fácil hacer esa coreografía. El tiempo ha pasado y ha hecho todo más pesado. La vieja computadora que conociste aún funciona (increíble después de tantos años, ¿no?). Los achaques de la vejez me arruinan las mañanas y condenan mi atardecer. Ahora todo duele: las ausencias, los dolores, las despedidas, las distancias, la soledad. “Qué pendejo eres”. No, no, no. O sea, sí lo soy, pero no por este motivo. Lee más despacio. Voy a una velocidad encabronada que poco tiempo deja para contemplar siquiera el rumbo, ya no digamos el camino recorrido. Las promesas de mejores canciones se han marchitado. Me he vuelto ciego al color de la incertidumbre. Busco el confort en las cosas pequeñas: una sopa, un viejo archivo de Word, viejas canciones. Luego me pongo de pie y recuerdo que no debo recordar. O al menos debo de generar más recuerdos. Las lagunas son extensiones del campo de la mente que dejamos de cultivar y por eso se llenaron de líquidos estancos. Y entonces con cierta reticencia me como una fresa con Nutella, me invento rutinas, me oculto como un erizo de las luces, y pretendo que el solitario camino es reflexivo y no simultáneo reclamo y pregunta abierta. Ese camino solitario lo he recorrido muchas veces con mucha gente que, por sus ocupaciones más importantes, sólo pueden acompañarme en un holograma desvanecido por las luces de una ciudad dormida.

Llueve. Y recuerdo esos días donde la lluvia, polisémica siempre, brindaba cobijo y asombro. Esa lluvia que matizaba el paisaje churrigueresco que era mi vida. Siempre atiborrada de piso a techo y de pared a pared de miles de pequeños futuros. Me impresiona lo austero de mi actual existencia. Toda esa intensidad la he resumido en pequeños placeres que trato de otorgarme de vez en cuando, como pequeñas pasitas en la comida. Y todo sabe distinto. Antes necesitaba neveras llenas de diversidad para combatir el tedio de la cotidianeidad. Ahora soy más cotidiano y, emulando el efecto del vino sobre aquellos fastuosos sabores, la capa de rutina que cubre mi diaria existencia aniquila ciertas facetas y exalta nuevas. En verdad, las fresas no son mejores acá, sólo que la experiencia del sabor es totalmente distinta. Jamás había notado tantos sabores en una fresa.

Te he entrevistado varias veces en ese camino solitario. Nunca respondes. Para ser sincero, nadie lo hace y me apena terminar haciendo un monólogo un tanto intenso que me avergüenza frente a mis imaginarios invitados. Pero incluso en tales circunstancias me las arreglo para perder las discusiones. Termino entendiendo muchas cosas. Como el por qué de mi presente. El cómo es que se juegan varios torneos simultáneamente y no deberías perder en ninguno, sólo dar todo en todo momento. Y que ese todo, es en realidad un supuesto. Lloro. A veces. Por todo lo que se ha perdido, a veces desde el precámbrico. A veces lloro por no entender la inmensidad de los ciclos cósmicos y la terriblemente insignificante avidez por existir. Si aún existieras, te daría gusto charlar conmigo. Dentro de mi exagerada tristeza, me he vuelto más sobrio y la misma intensidad de la experiencia me ha hecho más ligero. Tengo temores nuevos, algunos que ni siquiera he estrenado. Ahora extraño lugares de este lugar extraño. Sigo, en la medida de lo posible, la realidad de los reportes reales que me traen noticias de otras dimensiones. Nunca dejo de escuchar mi música de chavorruco. Pink Floyd. Pearl Jam. Cada vez entiendo más y entiendo menos de la evolución. Platico con chinchillas. A veces no concuerdo con la aseveración de que existimos en tanto que pensamos. Muchas veces pienso pero ya no existo. David Gilmour, David Bowie, Dave Gahan (la importancia de  llamarse David, carajo). Naufragué y tuve una aventura al estilo de Life of Pi, pero mi tigre era un puma, se mató y fui rescatado por delfines que remolcaron mi barquito hasta una isla con ajolotes de mar. Caifanes. Tuve que inventarme platillos y dibujar mil mapas para salir del embrollo, y regresar al lugar donde nunca había estado. Aprendí a seguir las estrellas y olvidé la trayectoria de la luna. Ya no te escribo porque el cartero me dice que ha cambiado tu cabello, y estas líneas van y vuelven. Te has vuelto una invitada más de ese talk show de cada madrugada, pues. Pero otros amigos, un saxofón entre ellos, aún me traen noticias de ti y de todos ustedes. Camino sin los miedos de antes (entre ellos, las cucarachas) pero el dolor de la soledad me parte las rodillas. A veces abro los sobres con aquellas fotos color sepia de caracoles que perdieron su concha, de instantes congelados en pantallas de cristal, de comida que prometía contar historias. Más de una vez he visto la cara al universo, alguna de sus infinitas caras, y pensé que seguro disfrutarías de ese asiento de primera fila, mientras comentaríamos la inmensidad de la evidencia como espectadores en el cine. Al final resolví tu acertijo. Y por esa razón estuve mareado un tiempo. Y ahora, cada que dedico una mirada a las estrellas me pregunto si alguien allá también lanzará pensamientos al espacio, a las estrellas, a nosotros, tratando de que su Vianney reciba sus novelas.

Tras décadas de existencia en esta roca, la tercera desde el sol, aprendes que todas tus amistades terminan por irse. A veces otras entran. Pero cada vez llegan menos. A veces algún murmuro estelar te habla de ellas. A veces deseas que ese murmuro te traiga algunos átomos de esas personas, que los respires y se queden contigo hasta el siguiente cambio de células.

Se me ha terminado el tiempo por hoy y debo volver a la alegría de mi celda. And I went down…

                                                                                                                                                            …swingin.

Wednesday, April 10, 2019

Space Oddity, for Bowie


Por: Perro

Black Hole Sun
Con el fondo de la primera foto de un agujero negro
Ver ese agujero negro es posiblemente una de las experiencias que me va a cambiar la vida para siempre, y que de momento es de las más infravaloradas por mí.
Estás viendo cara a cara (55 millones de años luz away, tho) al fin

a uno de los fines

a la nada y al todo
y al mismo tiempo, no estás viendo nada.
Todo está dentro y al mismo tiempo no existe
la luz cae dentro de él...
y jamás nadie lo había podido captar.
Cuando leí el libro Breve historia del tiempo, se decía (no en el libro) que era imposible porque al tragarse la luz, obviamente no puedes captar nada porque no emite nada, y que la forma de verlo algún día sería ir hacia él.
Más aún, mucha gente llego a dudar de su existencia por no poder comprobarla (como suele suceder y al mismo tiempo como hace tanta falta…)
Y hoy…
Ya con la ciencia necesaria para saber que existen
vemos cara a cara al horizonte de eventos
es la entrada y la salida
el principio y el fin
el tiempo se ralentiza terriblemente para nosotros espectadores.
Pero alguien a bordo de una nave siendo absorbida comenzaría a ver el universo correr a velocidades inimaginables frente a sus ojos.
Para nosotros, jamás moriría.
Para el observador, estaría muriendo millones de veces.
Usando nuestra casa como telescopio, las imágenes obtenidas usando un telescopio de un planeta entero de magnitud se capturaron durante 5 días. Procesarlas tomó 2 años.
La ciencia es algo intimidante, apasionante y sobrecogedor.
(Tengo lágrimas en los ojos)
Particularmente la ciencia del universo
Los extremos
Los límites, ya no de la experiencia humana, sino de sus más abstractos pensamientos
La inmensidad
La imposibilidad de poseer esas magnitudes
La vasta existencia de algo que no alcanzas a imaginar
Mirar al cielo y saber que estás viendo/no viendo fantasmas y agujeros negros que devoran existencias infinitas.
Mientras tú eres devorado por la tuya propia.
Preguntarse si hay alguien más allá afuera, otro ojo o muchos de ellos, capaces de ver y preguntarse y asombrarse con las mismas cosas.
Y saber que la respuesta a esa pregunta, cualquiera que sea, es aterradora.
Y siete notas en una escala perfectamente imperfecta es lo único que te refugia, que te alienta, que te cobija, que te anima a seguir viendo a ese vacío desbordante.
( y uno aquí, en FB)
Éste es nuestro universo
Nuestras vidas diarias
son ese horizonte de eventos
No podemos ver o imaginar mas allá de lo que alcanzamos a vislumbrar hasta lo que creemos que es lo más lejano que podemos ver…
Nuestra frontera la trazan nuestros ojos
y estamos circunscritos a la experiencia humana.
Por eso ver ese agujero negro es sobrecogedor.
Es la frontera de las fronteras y la auténtica y única frontera.
Y de los (posiblemente) centenas de miles de millones de personas que han existido, nos vino a tocar a nosotros ser los primeros en asomar la cabeza al verdadero vacío. Ese que está lleno a más no poder.

(Agradezco a mis hermanos Adrián y Cristian, sin cuya conversación este texto estaría fuera de nuestro horizonte de eventos)

Friday, February 02, 2018

Describa brevemente lo que pasó




Por: Perro

-I-

Pues nada, yo estaba así sin armar pedos ni nada, y que se acerca y pues que le pregunto que qué quería, y pues así sin aviso nomás me dejó ir un madrazo, sí, así bien plantado, pero pues no me iba a quedar así, y pues que me le dejo ir y pues ya, le puse sus chingadazos y pues ya me levanto, y que no se levanta, y llegaron sus cuates y pues yo me salí, ya quién sabe qué habrá pasado, yo creo que se lo llevaron al Seguro, no sé…


-II-

- ¡Ah! Y pues sí, así te digo, que el otro día me lo encontré en la calle.
- ¿A poco? Y ¿Qué te dijo?
-¡Ay! ¡Es un pendejo!
- Jajajaja ¿Por qué?
- Ay, pues nada, lo saludo y le pregunto que como está y así, y me dice: “Hace poco estaba pensando en ti” y yo así de…
- ¡Noooo! ¿Neta?
- ¡Sí! Pero no, espera, tons’ le digo “¿A poco? ¿Y eso?” y, ¿sabes qué me responde?
- ¿Qué?
- Ah, pues que sí, que porque se estaba bañando…


-III-

No, no sé. No sé qué pasó.


-IV-

Sujeto masculino, 88 años de edad. Antecedentes de diabetes reciente, tratamiento para la hipertensión interrumpido por el paciente y enfermedad coronaria detectada tardíamente. Paro cardiorespiratorio alrededor de las 19:15 hrs. La familia llamó a la ambulancia. Recibe primeros auxilios y lo reaniman. Llega al hospital nuevamente en paro; UCI 20:05. Reanimación en UCI por 18 minutos. Leve respuesta cardiaca. 20:45: Paciente estable. 21:19 cae nuevamente en paro. Reanimado a las 21:25. Fibrilación ventricular 23:49, se procedió a desfibrilación. Hora de la muerte: 00:36. Se trató de informar a la familia. No había nadie en casa. Nadie en la sala de espera. Dejaron cubiertos los gastos hospitalarios. Nadie reclamó el cuerpo.


-V-

Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada. Esto es un experimento literario. Aquí no pasó nada.



Aquí no pasó nada.


-VI-

Decíamos que sí. Decíamos que sí a todo. De pronto ya no. Envejeció. Envejecimos. Me hizo envejecer. ¿O es que acaso podía envejecer sin su ayuda? Todo empezó con el miedo. Miedo a gastar, miedo a caerse, miedo a morir, miedo a enfermar. Luego empeoró: miedo a defraudar a los demás, miedo a quedar fuera de su grupo de amigos, miedo a no tener. Cerca del final, eran miedos que me aterraban: miedo a no tener aceptación por su retraso tecnológico, miedo a no ser la persona divertida que la gente creía que era, miedo a mí. Creyó que yo era quien había perdido la cabeza. No había más remedio. Nos había condenado a morir juntos o perecer en la relación. Morimos. Creo.


-VII-

Ironía: gente que se queja de la lluvia porque se moja, o porque pierde el tiempo y no llega a trabajar para ganar dinero, para ahorrar, para ir a una playa a mojarse y perder el tiempo...


-VII ½-

Nunca lo esperó. Pero un día sucedió. Estaba totalmente fuera de su realidad. Esos accidentes son la clara definición de accidente. Mientras miraba alguna nota poco profunda en su computadora, llegó a su puerta. Apenas alcanzó a levantar la vista. Tomó su mano. No entendía qué pasaba, y no pudo entenderlo jamás. Salieron por la puerta hacia un patio que colindaba con una primaria. Le sudaban las manos. A los dos. En esa época del año no era difícil toparse con el uso de estos espacios para fiestas. Se escuchaban algunas canciones y algunas aberraciones. Con ese soundtrack de fondo, se miraron a los ojos. Ni siquiera con la mirada podían hablarse. Lo que había entre ellos sobrepasaba por mucho las charlas de pupilas. No podían decir ninguna palabra. No podían soltarse las manos. No sabían qué hacían ahí. Pero el hecho es que ya estaban ahí. Alea iacta est. Nadie podrá explicar jamás cómo puede haber tanta física y tan poca química en ese par. Tensión inimaginable y total desconexión. Otras historias de amor, o de sexo, o de cariño, o de la platónica práctica de no hacer, tienen un desenlace. Este par de idiotas no sabían cómo terminar la historia. Alea iacta est. Ni todo su historial de acercamientos y alejamientos con un posible coqueteo tácito en cada movimiento podía servir de marco de referencia para ese momento. Otra canción. Se mojaban los labios, como pistoleros que no se atreven a desenfundar sus armas. Medían a su contraparte. ¿Medían? Ni siquiera sabían que estaban ahí, al parecer. Seguían ahí. Jamás en la historia de la humanidad dos personas habían pasado tanto tiempo sin decir palabras. Había menos confusión en una redada. Había más calma en una guerra. No sabían cómo atacar. No sabían si atacar o no. No sabían si retirarse. Oh. No. Eso sí lo sabían. Alea iacta est. No hay cómo retirarse. No sentían sus corazones, pero éstos iban acelerando como un avión a punto de despegar. Sin alas, al parecer. Alea iacta est. Posiblemente podrían haberse quedado ahí hasta el final de los tiempos. Parecía que nunca habían jugado ese juego. Pero no era así. De tanto jugarlo, el regreso a las divisiones inferiores, a lo más básico, al tablero elemental, suponía un reto para el que tanta preparación les había dejado sin defensas. ¿A quién invocar para su ayuda? ¿Una cobra? ¿El ataque de un tiburón blanco? ¿La ráfaga del tigre? No. Esto parecía más una carrera de perezosos. Y ninguno iba ganando. Ni siquiera se atrevían a recorrer con la mirada algo más que sus ojos. Esos cuerpos que tantas veces habían deseado tocarse, besarse, fundirse, no sabían qué hacer ahora. En el momento decisivo. En el momento final. Alea iacta est. Y seguían sin moverse. La relatividad del tiempo se burlaba de ellos, y es que para los dos seres parados en ese agujero negro, en esa singularidad maldita del espacio/tiempo, todo giraba interminablemente. A una velocidad ofensiva. Pero para cualquier espectador ajeno a la escena, la inmovilidad de estos dos zopencos sería causa de risa, malestar y confusión absoluta. Entreabrió su boca. No sabía qué hacer con ella. Quería decir algo. Inhaló profundamente por nariz y boca. Nunca iba a volver a respirar. No como hasta ese momento. Entonces… Alea iacta est. Maremotos de mil océanos, todas las cobras y tigres y tiburones. Le ahogaron la respiración o la palabra o el beso que se asomaba tímidamente en la comisura de sus labios con otro beso. Ni siquiera supieron cómo pasó. La pasión se desbordaba, aniquilando de un golpe todo lo pasado hasta el momento. Si no sabían cómo empezarlo, infelices bastardos, menos sabrían qué hacer con ello. Sólo había pasión. Ni siquiera sabían del deseo, al que al parecer dejaron fuera de esa ecuación. ¿Amor? ¿Cariño? Pasión. ¿Necesidad, acaso?

Era de madrugada cuando por fin sofocaron el beso (en realidad, no sabremos cuánto duró pues nadie documentó el no presupuestado inicio). Música y palabras de borrachera se colaban por entre los huecos de los árboles del patio. Seguían tomados de las manos. Seguían pegadas las miradas. Decepción escurría de sus caras.


-VIII-

Frases asesinas:


Mi venganza será el día que me extrañes y yo ya no esté ahí. -L.A.-

Toda mi vida viví preocupado por algo que nunca pasó. -L.B.-

Aprovechen mi juventud, que no todo el tiempo estaré con esta vitalidad ni con estas ganas de seguir viva. -L.C.-

He who forgets will be destined to remember. -E.V.-

Ante la evidencia, no hay argumentos//Contra factum non valet argumentum.


-IX-

Las segundas oportunidades, las segundas veces, los segundos aires, son premio a la perseverancia de aquellos que sobrevivieron a los primeros fracasos, los primeros dolores, las primeras negativas. Se reservan para quienes les valió madre y apostaron contra la biología, contra la herencia, contra la estética, contra el arte, contra el gobierno, contra su historia, contra ti, contra mí y contra todos los linajes.


- X-

Siempre es el mismo sueño. Lástima que la reiteración del mismo no lo haga más real.

Algo pasa, siempre es algo. Ni modo que comience de la nada; nunca fui esa clase de persona que despierta pasiones por mera existencia. Accidentalmente, se acortan las distancias. Accidentalmente comienza todo. Las tardes a la orilla del río. Cervezas de madrugada. Domingos. Esa vez que viajamos a la islita donde había comida de mar fresca, y te asustaron las gaviotas que querían compartir el  buffet de mariscos. Ese beso. Y ese otro. El stress y cómo acostumbramos a combatirlo con arte; ese arte cada vez más abstracto de pintar sobre tu espalda desnuda, abstracciones resultado de volar contigo cada vez más y más alto. Construir memorias para más tarde, juntos. Festejos. Y tristezas. El funeral que por más que abrazaba tu cuerpo no conseguía pegar tu corazón roto. Había más dolor en mí por verte así que en el resto de la sala. Y la discusión con vino tinto sobre lo inmaterial de la materia viva, de la materia querida. Tu disgusto por la cátsup, y el mío por hablar en público. Cuántos desvelos por amor y cuántos por diferencias. Tu cabello en mi rostro, siempre. Me mantuviste siempre con los sentimientos a flor de piel, me hacías sentir tanto que me dolía la nariz de tantos olores de colores que tus palabras evocaban. Nos perdimos donde podíamos y debíamos perdernos, y así fue que nos terminamos de encontrar. El museo en que nos quedamos perplejos llorando frente al cuadro. 30 minutos… Siempre que recordábamos esas primeras semanas, el sólo recuerdo nos arrojaba a la alcoba. Transformamos lágrimas en sonrisas, sonrisas en promesas y promesas en recuerdos. No siempre, porque esto no es una novela rosa ni una película de ésas en las que la trama es tan predecible que difícilmente llegamos a compartir una o dos. Aeropuertos. Aquel concierto que por besarnos nos perdimos casi completo… El diagnóstico y el tratamiento que, en cuanto me tomaste de la mano, se hicieron nimios. Dos mundos tan distintos que a pesar de impactarse severamente una y otra y otra vez el uno contra el otro, jamás se destruyeron ni se hicieron uno solo, pues su danza los seducía más que cualquier fusión. Y al final de mis días, la tristeza de dejarte por saber que en verdad me ibas a extrañar. No por la ausencia, sino porque a esta historia se le había terminado la tinta.

Lástima que todo fue sólo un sueño.


-XI-

"A veces es muy difícil imaginar lo que uno es capaz de lograr por amor. Esta, señoras y señores, es la historia de un descubrimiento cuyo motor fue la única persona que me falta en esta sala esta noche. Porque por ella crecí hasta este día y este lugar, y a veces ni siquiera estando en la cumbre es suficiente, porque queremos complacer escalando montañas a quien busca navegar océanos".