Tuesday, January 10, 2012

Leyenda

Por: Perro

No conocía de arte. Ni de nada. Ya no. Sólo en momentos de liviana lucidez alcanzaba a murmurar lo que fueran sus grandes hazañas. Hoy nadie lo recuerda, ni él recuerda a nadie. Ya no existe. No más. Recuerda vagamente que la matemática algún día fluyó de sus dedos y se hacía geometría y poesía y drama. Lloraba lágrimas de tinta con las que trazaba flores y maldiciones. Y las aplaudían, tanto los aludidos como los culpables.

El sombrero con olor a orina rancia y el saco roto se perdían conforme la brisa se llevaba las partículas secas que el sol consumía como el viento a los escombros de carbón. Una botella vacía de fino licor de pobres para pobres se desvanecía en el pavimento, quebrándose un poco menos que las ilusiones al caer.

Se recarga entre el borde de concreto y el vidrio del aparador y se limpia la comisura de los labios con la manga del saco. Pierde la mirada mientras recuerda un glorioso pasado lleno de reconocimiento, de amistades. Nunca supo cómo lo perdió. Nunca supo cómo se recuperó hasta ser un respetable nadie. Las suelas rotas dejan escapar un bouquet inconfundible a abandono, a hartazgo, a dolor. Sangre asoma por la mejilla derecha, no importa en lo más mínimo qué lo haya provocado. En su memoria late el llanto que le recuerda la maldición de estar muerto y vivo, vivo y muerto. Pero por fuera su cara es inerte y seca como la luna de cerca.

Me hallé frente al auténtico vagabundo. Sin cuerdas, sin cadenas, sin límites. Sin responsabilidades, sin obligaciones, sin firmas ni pactos ni acuerdos. Su realidad se encuentra sublimemente más allá de cualquier realidad mundana de quienes le rodeamos, de quienes le huyen, de quienes lo repudian. Su cama es el pavimento que ha matado a la tierra. Su cobija son las noticias que amargan y alegran al mundo. Las limosnas que limpian la conciencia de los necesitados de perdón son su riqueza. Se viste de los recuerdos de otros tiempos, de otras personas, de todo el mundo. Su existencia se burla de un sistema que lo marginó a la libertad absoluta. Nadie lo asalta, nadie lo secuestra, nadie lo viola, nadie lo molesta. El olvido lo exime de toda culpa. No padece de miedo, ni de enfermedades delicadas. Nadie le roba con impuestos, ni su voto, ni su pensión. No necesita ahorro, ni retiro, ni seguro de vida. Puede caerse muerto en cualquier parte del mundo y no preocuparse por dejar viudas, huérfanos, deudas. No paga por su funeral. Cabe preguntar, desde afuera y con objetividad, quién es la verdadera víctima.

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