Tuesday, December 02, 2008

Naranja


Por: Perro

Es a veces complejo comprender por qué ciertas percepciones se arraigan tan fuertemente en nuestra cabeza hasta el momento de hacerse parte de nosotros. Una de ellas es la experiencia visual, que puede dejar enclavado en la memoria un momento a perpetuidad. Y entre más simple –natural- el estímulo, más increíble la sensación que despierta. Sin pretender ser un texto esotérico, una guía de personalidad ni mucho menos un análisis estético, se deja al lector la tarea de sentir lo que le plazca, sin remordimientos, con las siguientes líneas.


El naranja es un ejemplo de belleza y natural contraste. Es, visualmente, la mezcla del rojo y el amarillo. Así pues, el rojo es el estímulo más fuerte que puede tenerse como color puro: es el inequívoco patrón que emana de la herida, ese patrón que simboliza asimismo vida. Es el color asociado a la pasión, a la valentía, al arrojo, al dolor, a la carne viva expuesta al frío viento. El rojo habita en los labios, en los besos, en el rubor que provoca la persona deseada al pasar, en los atardeceres que deseamos nunca terminen y en los amaneceres que saben tan bien a lado de ciertas personas. El rojo es el desbordamiento, es la entrega, es el color que se asocia con el dulce de la fresa, el sabor a fierro de la sangre, el olor a cereza inocente. Es la máxima visual que se arraiga en nuestro inconsciente y despierta sueños y pesadillas, victorias y fracasos, símbolo de hazañas y derrotas. Quien lo posee tiene fuerza, atracción, determinación, seguridad, pero así mismo es objeto de deseo, de búsqueda, de la mirada infinita del ojo colectivo e individual que goza de su presencia.


El amarillo es delicado, es suave, es parte de lo más noble y admirado que anega el horizonte. Es el final del amanecer, el color de la luz del sol (al menos en el periodo geológico en el que estos retazos de ideas son escritos), es el polen, que a su vez es inicio y fin de ciclos que alternan el crecimiento con la muerte temporal. El amarillo lo tienen las plantas que recién maduran, es la elegancia que reviste los campos y las praderas, se confunde con el dorado y baña las planicies. Es también el que marca el fin de la estación de abundancia y el inicio de una parte de resistencia, de cambio constante, es la promesa de una tregua cuando se vive entre dos excesos. Es la tranquilidad, voluntaria o no consentida, que embarga al espectador de los escenarios donde habita. Es el sabor ácido y fresco de los cítricos, es el olor a fruta que invade el aire de verano, es el color de la frescura de la primavera.


El naranja, por último, puede ser una mezcla de los dos colores primarios o la simple presencia simultánea de ambos, cosa obvia pero no por ello menos asombrosa. Indica el amanecer y el atardecer, límites visuales del horizonte que contrastan con el azul del cielo que es infinito en tanto masa de gases que bordea pero no atrapa, y límites así también de la noche y el día, mediador entre la luz y la oscuridad. Es el color que despierta el apetito y es el que caracteriza el justo medio entre dos extremos. Agridulce. Puede ser el olor dulce de la naranja pero también el sabor picante de ciertas salsas. No permanece estático pero tampoco en movimiento perpetuo, equilibrio dinámico de seductor vaivén que atrae y provoca pero guarda un dejo de inocencia que vuelve irresistible su presencia. Hay también unos pocos que lo mantienen como estandarte innegable de su temperamento, tienen la libertad de las patas de las aves que portan dicho color en la mencionada extremidad, pero asimismo son poseedores de la responsabilidad de sostener el emplumado medio de transporte. Existe en este color una belleza controvertida pues por mero contraste su sola presencia puede crear un punto de atracción sobre un plano monocromo, más no se deja empequeñecer cuando se le coloca en un medio alborotado y saturado, pues su sutil manejo es suficiente para despertar las más diversas emociones. Es libre, rico, se le observa desde el fondo del mar hasta lo alto de la copa de los árboles. Implica el necesario fin del verano y su calmada transición hacia el invierno, intermedio ineludible de agradable clima que toma lo mejor del calor del primero y la necesidad del mismo del segundo y coordina el cambio entre ambos extremos. Tiñe con sus tonos los atardeceres de octubre y le da su color a la luna crepuscular durante ese mismo mes.

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