“There are no happy endings.
Endings are the saddest part,
So just give me a happy middle
And a very happy start.”
-Shel Silverstein, Every Thing on it.
Por: Perro
Nunca está uno
preparado para las despedidas. Nunca. Nunca imaginé tampoco que la tuya
llegaría en marzo, sino más bien hacia finales de diciembre. Marzo es tan
temprano, tan cercano. Nunca es una palabra tan triste y tan vacía, tan
definitiva. Como cuando se escribe “nunca podré volver a verte”. Como cuando se
cae en cuenta que nunca regresaré y te oleré, y me olerás, y te abrazaré y
vendrás a recordarme que la computadora durará más que esas tardes. Y no pensé
que tendría que decirte adiós así. Y es que uno es ateo y no cree en nada hasta
que desea uno un segundo encuentro, un “hasta luego”, un “te veo más tarde”.
Uno es escéptico hasta que abre uno la puerta y desea que todo haya cambiado,
que ese día no haya nunca pasado, que las malditas pesadillas son así. Y es que
uno no cree en caminos y en destinos hasta que se le planta a uno la muerte.
Tan rápida, tan inadvertida.
Hoy me enfrento
al dolor más cruel que recuerde en los últimos tiempos. Hoy perdí la esperanza
de que siguiéramos siendo una familia como la habíamos soñado. Hoy tuve que
aceptar que esa barca imaginaria que nos llevaba al futuro se dañó y no nos
lleva juntos nunca más. Hoy tuve que olvidar las preocupaciones de cómo viajar
contigo a otros países, de cómo iríamos a la playa, de que las vacunas vienen
el mes que entra, y tuve que desligarme del hecho de que el mundo me da un
descanso al entrar a ese lugar que gracias a tu mamá, a tu hermana y a ti se
hizo hogar. Hoy tuve que poner a prueba las palabras que tantas veces me he
oído decir, pragmáticamente, que todos somos polvo de estrellas y que a polvo
de estrellas vamos a regresar. Hoy tuve que renunciar a volver a ver la
alegría, la tuya y la mía, y resignarme a que esos momentos ya no llegarán,
sino que se quedarán por siempre como fragmentos en un cerebro que hoy es un
poco más pequeño, y mucho más triste. Hoy tengo que inventarme un pretexto para
seguir adelante y no pensar que qué pasó, en qué falló, en qué pude haber
cambiado. Tuve que quedarme con tu partida en mis brazos, y mi coraje hecho pedazos.
No volveré a
sentirte dormir pegada a mí, ni tu pelito moviéndose al saltar, ni tu emoción
al verme llegar. Hoy dejas un vacío que nada podrá llenar, ni que pretendo que
nada llene jamás. Todos esos pequeños detalles ahora tendrán que vivir en estos
recuerdos que por ahora no pueden aparecer sin causar tristeza. Todavía llego y
espero encontrar un rastro, una huella, un ladrido, un poquito de la alegría
que nos brindabas. Ahora me pesa buscarte por los rincones que te gustaban,
comer las cosas que compartíamos, salir y no poder llevarte, dormir y no poder
despertar y buscarte. Siempre estarás aunque ya no estés. Porque es fácil decir
que el consuelo llega y la resignación aparece y la sobriedad coloca de nuevo
todo en su lugar, y que el ajetreo y las responsabilidades y la mierda de cada
día ayuda a superar o hacer que duela menos, y es más fácil aún decirlo cuando
no se vive, pero lo que realmente termina con todo es tener que tragarse el
cuento cuando es uno quien lo experimenta.
Te extraño,
Phoebe. Te extraño y te quiero, y eso nunca cambiará. Y nunca dejaré de pensar
en que te fuiste muy temprano, pero que seguirás aquí mucho tiempo después de
tu partida.
Por tu papá, a
diez días de haber tenido que decir adiós.
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