Por: Perro
Mientras la
clase media se divide entre los simpatizantes de “los folklóricos pobres”, los
clasistas repugnantes y los comprometidos en un gradiente de accionares, el
cerca del 60 % que componen la pobreza de la nación sufren por culpa del 40 %
restante. Sufren de discriminación, de insultos, de olvido. El espíritu
latinoamericano que había caracterizado a los movimientos contra la opresión en
1968 y 1972 ha decaído en un caldo político del que todo mundo busca sacar
provecho, favores, reflectores o likes.
Individuos supuestamente letrados como Roger Bartra (hijo de exiliados –sí,
esto es, desalojados, movidos de su lugar de origen por causas seguramente
ajenas a su voluntad, a menos que hayan sido franquistas-) delegan en las
faltas de los sindicatos la génesis de, y cito [1],
“[…] un híbrido extraño, una mezcla de sindicato y
organización política que rebasa con creces las demandas laborales y que hoy se
opone a todas las reformas que se están discutiendo en el Pacto por México.”
al tiempo que
tratan de legitimar y calificar como justo, bueno, necesario, el transitar de
las instituciones hoy tan en descrédito en un festejo anacrónico y
descontextualizado. Estos son los mejores. Los peores son simplemente clasistas
acomodados en una esfera (no cúpula) en la cual se sienten protegidos por
“cuantiosas” sumas económicas en una o varias cuentas, tarjetas de crédito,
membresías y acceso a clubes y sitios exclusivos (o excluyentes; francamente el
que redacta no entiende la necedad de usar ambas palabras como si se tratara de
definiciones o al menos consecuencias distintas). Son los pequeñoburgueses que
leen críticas de López Dóriga o Loret
de Mola, que se refugian en la filosofía
de Paulo Coelho, Mariano Osorio o cualquier otro que abunde en los anaqueles de
Sanborn’s, que visten pagando a crédito costosísimos trajes, suéteres y bolsas
de “renombradas” marcas adquiridos en Sears, Suburbia o, ya entrados en lujos, Liverpool o El Palacio de Hierro,
y que de todo ello hacen gala ya sea en las comidas familiares o en las redes
sociales. Gente que pide la gasolina por litros y no por precio, porque para
ellos la adquisición es cuestión de uso, no de necesidad. Y creen que esta
esfera los protege, creen que es justo que sus impuestos mantengan los vicios del
gobierno del cual son secretos cómplices, aún cuando sus moralistas actos
públicos los obliguen a pensar que son mejores que los “mugrosos cierracalles”. Y no, no es resentimiento
social lo que permeo en estas líneas. Es auténtico desprecio por la gente que
cree que el dinero hace al individuo. Son éstos los que por la incomodidad que
provocan las marchas, por lo anti estético de la imagen del zócalo, y por las
ideas que les imponen desde televisa, tv azteca, milenio, reforma y los
estándares adoptados de belleza física, acoplado todo ello a la idea de status, sacan a relucir su más
interesante lado promoviendo el odio hacia los sectores que luchan.
Tristemente, incluso personas que cumplen con el fenotipo que incentiva el desprecio por los clasistas se unen a
éstos en una ola de reclamos por la protesta.
Están, también,
los que pertenecen al llano pueblo, pero que no se identifican con él. Son los
que también marchan, pero para romperles
la madre a los manifestantes. Ávidos de ejercer el poder encomendado en
ellos, abusan de sus armas, armaduras, escudos y número para reducir las
protestas y favorecer el mecanismo de control de las masas que tanto gusta al
colectivo indignado suponer que se maneja. Y digo suponer, porque el control es
sólo a medias. Si bien es cierto que se nos espía,
se nos clasifica, se nos censura, realmente las cúpulas tampoco pueden dotarse
de tanta creatividad. Sería un reconocimiento inmerecido. En palabras de
Eduardo Galeano:
Burócratas
armados, que pierden su empleo si no cumplen con eficiencia su tarea. Eso, y
nada más que eso. No son monstruos extraordinarios. No vamos a regalarles esa
grandeza.
No es que
activamente estén buscando cómo joder al país. Cómo provocar la ira de la
sociedad. Cómo exaltar a las “minorías”. Nada de eso. Sólo es estrategia de
supervivencia: ante la gran pérdida de recaudación inminente, producto de los regalos y favores a las transnacionales y empresas poderosas que otorgan
jugosos fines de año a sus beneficiarios gubernamentales, la Secretaría de
Hacienda debe recuperar el dinero para sostener la escueta supervivencia financiera
del país. ¿A quién explotar? A los cautivos. Aumenten o generen IVA, aumenten
ISR, busquen nuevas maneras de recaudar a lo grande para encubrir lo que se
deja de captar de parte de los grandes de la economía mexicana. No se despiertan
pensando cómo hacer más pobre al pobre: simplemente no existe en su mente. Ni
la clase media. Ni los mandos medios, ni los gerentes. Sólo los empresarios.
Sus proveedores de insumos negros a costa de los impuestos del país. Y los
mantienen con la leyenda: 8 de cada 10
empleos del país se generan por las empresas. ¿Empleos? Y encima de todo…
para la empresa tampoco convienen los empleados con seguro y prestaciones.
Piden a cambio reformas laborales que avalen el uso del régimen de
subcontratación y la pauperización del explotado. Ahora pueden sacar dinero de
las extintas prestaciones para pagar a sus facilitadores gubernamentales sin
perder sus ganancias programadas.
Aún cuando las
medidas también afectan a la población más pobre, puesto que no carecen por
completo de poder adquisitivo, se suman a las protestas anti protestas de la
clase media acomodada porque a) lo escuchan en los medios masivos al servicio
del estado; b) saben que un retraso, en los regímenes contractuales vigentes,
puede acabar con su vida laboral y por tanto, con la renta, los pagos de
elektra, banco wal-mart, sky y el nuevo Smartphone que da la sensación de
pertenecer a un mundo más exclusivo;
c) simplemente implica menos esfuerzo sentarse a pensar que ya no hay nada más
qué perder; d) viven en otra esfera de la ilegalidad (habría de revisarse
severamente las leyes que rompen y
por qué motivos) en la que no importa nada la situación del país, los maestros,
los indios de Wirikuta están muy
lejos, la gente necesitada por el abandono al campo está en los noticieros, “¿Mexicana? ¡Si yo ni avión
uso!” y sólo importa el día a día, la
selección, la academia, la rosa de guadalupe o lo que sea que
transmita la cadena nacional en estos días en su “horario estelar”.
En este
contexto, la inmensa mayoría de los mexicanos saldrá en unas horas a festejar
la independencia de México. ¿Por qué? Porque el lunes es puente y no hay que ir
a trabajar. Porque está lindo ser mexicano y el sombrero, y la banderita, y el
zócalo lleno de tricolor, y alegría, y tacos y tortas y sopes y coca-cola y mexicanadas vacías. Porque
el tequila y las fotos y la familia y los amigos. Porque no hay mejor forma de
festejar que cuando no se carga con el peso del festejo. Porque ser
incongruente y vivir ensimismados es para gritarse y postearse y
enorgullecerse. Porque nadie lee a Octavio Paz, pero dominan a Espinoza Paz.
Porque nadie sabe qué dice el artículo 3° constitucional pero saben la
alineación de la selección, el club en el que militan todos los jugadores y las
posiciones en la tabla de sus equipos. Porque es malaondita no apoyar al presidente y no hay que ser mal perdedor y unirnos como mexicanos y
alabar a la virgencita y apoyar al teletón y ser entreguistas y que nos
valga madres si el petróleo, porque pues, nunca lo vemos de cualquier manera, y
si las mineras, pues, parafraseando a Pedro Ferriz de Con (lástima que no
cuento con la cita textual) qué importan los sitios sagrados si se les brinda a
estos ignorantes oportunidad de trabajar (y que luego no se anden quejando de
la pobreza), y si el I.V.A. pues total, qué es otro tantito (una raya más al tigre) y si privatizan
la educación y los recursos y toda la energía y las bandas de transmisión y el
transporte y sube la gasolina (“y sube, sube, sube que sube”) y hay que
disfrutar de la vida, entonces sí se puede, pero no hay empleos, entonces no se
puede, pero hay sky y si no dish, entonces sí se puede…
Y al final,
todo sigue igual. El lunes nos demuestran todo lo que tienen para reprimirnos
(a ver si desfilan las flamantes tanquetas de agua anti motines) en un desfile
de mierda que nadie ve por la puta cruda que hay que pagar, y el martes,
después de todo, pues qué bueno, ya nomás faltan cuatro días para el fin de
semana… pero no importa. Hoy es el grito (¿quién lo dio y por qué? Vale madres),
es fin de semana, es puente, es quincena y es todo lo que importa.
[1] Bartra,
Roger. Insurgencias incongruentes. Reforma.
2013.
[2] Galeano,
Eduardo. Días y noches de amor y de guerra. 1983.