Por: Perro
El pseudoexistencialismo se ha vuelto un sitio
común, un consuelo recurrente para apaciguar, justificar o aminorar ciertas
conductas y problemáticas que se encuentran en la vida diaria. Pero ¿hasta qué
punto este escudo, esta disculpa, brinda un verdadero regocijo, un alivio, para
todo aquello con lo que no queremos, o podemos, lidiar? Recuerdo que cuando era
chico, la forma de afrontar el dolor (físico) consistía en recordar que en un
tiempo, unos días, ese dolor habría desaparecido para siempre. En ocasiones la
gente finca sus esperanzas en la esperanza última: que esa situación termine.
Pero las preguntas (pseudo)existencialistas dieron lugar a razonamientos –su
validez no será discutida en este texto- cuya propuesta puede mover las
motivaciones personales a un camino sin final. La esperanza en la desesperanza
de la esperanza.
Podemos esperar a que el dolor pase (“el dolor
es inevitable, pero el sufrimiento es opcional”, decía Siddhārtha Gautamá). Se
puede esperar a que mejore el clima, el ánimo, a que termine este año, este
período de tiempo, este sexenio. Hay quien pretende la muerte pasivamente, y da
por sentado que esta vida es sólo una transición a un espacio-tiempo distinto, mejor.
Así, se puede aguardar al término de la vida con la promesa de otra
oportunidad. Reset. Y si todo
termina, si todo llega a su fin, ¿para qué hacer?
El final definitivo, de acuerdo con ciertas
propuestas físicas actuales, podría ser el final del universo mismo. Se propone
que uno de esos finales será una reversión al estado inicial supercompacto de
densidad infinita por acción de la gravedad. Este desenlace en particular no
deja lugar para salvar evidencia alguna de nada cuanto acontece, aconteció y
acontecerá en ningún rincón. Y entonces, todo lo que se haga, bueno o malo, todos tus triunfos, todos tus fracasos, los errores y los
aciertos, las decisiones útiles y las inútiles, los engaños, las mentiras, las
notas de cordura, todas tus locuras; las historias, los miedos, las demasiadas
generaciones que pesan sobre todos desde el pasado, y la responsabilidad de las
venideras; la evolución, la música, la guerra, la iglesia, el dinero, los 10
000 actos de bondad de Gould, las familias, las relaciones que terminan, los
accidentes, cada muerto, cada especie extinguida, cada enfermedad combatida,
cada comentario fuera de contexto, las vergüenzas, los momentos épicos, las
peleas, las visiones, las ideas, las teorías, la arquitectura, el conocimiento,
los secretos, los premios, las deudas, las urnas robadas, las voces excluidas,
la discriminación, los reclamos, la tortura, la historia, el plagio, la fama,
el efímero reconocimiento, los resultados, las fobias, los recuerdos, los
gritos, las invenciones, la mitología, las explicaciones, los pretextos, las
recetas, los olvidos, las condenas, los orgasmos, las cirugías, la poesía, los
dolores, las preocupaciones, las primeras veces, las últimas veces, las
despedidas, las discusiones, la posteridad, las apuestas, los consejos, los
atardeceres, las lágrimas derramadas, los préstamos, lo peor y lo mejor de esta
historia, de esta especie, de esta realidad, todo, se compactará sobre sí mismo
y no quedará rastro alguno de nuestra existencia. Los nuevos universos
potenciales que se generen después de ese Big
Crush serán ajenos a todo cuanto ocurrió, de la misma manera en que
nosotros lo somos no de universos pasados, sino de lo que ocurre en este
momento dentro de este universo, fuera de nuestra galaxia, fuera de nuestro
sistema solar, fuera de nuestro planeta, de nuestro país, de nuestra comunidad,
fuera o más allá del lugar donde respiras en este momento. Esta frontera de
eventos nos permite hacer consciente lo vasta e insignificante que es la
existencia. Desde esta perspectiva, la evidencia del absurdo al tratar de
encontrar una posición y una explicación de la situación de la consciencia
humana en el contexto del universo es abrumadora. Los grandes problemas de la
humanidad resultan insignificantes no por carecer de importancia, sino por la
facilidad que supondría su resolución en tanto producto de la historia –mínima-
de sus actores. Y más ridículamente ínfimos se antojan los eventos personales,
intrascendentes más allá de unas cuantas personas; problemas propios de las
relaciones humanas, nacidos del hecho de discutir a la persona, de criticar al
otro como ajeno a la vivencia diaria, de ese egoísmo de querer que las cosas
salgan como uno –seguro conocedor de su posición en el universo- supone, o
asume, que deben de salir.
¿Qué hacer? Vivir y abarcar tanto de esta
existencia espaciotemporal como sea posible. Independientemente de que creas
que hay otro plano existencial posterior a éste, o que no lo haya, que exista
un futuro u otra dimensión, o que la frágil vida termina y con ella toda
posibilidad… no somos conscientes de su presencia. Se puede pensar que están
ahí, esperándonos, pero eso no
demuestra su existencia. Vive hoy. Procura no quedarte con ganas de nada.
Total, si es un error o un acierto, al final,
no persistirá. No es, empero, una invitación a la falta de consideración y
consciencia de los actos; una justificación al comportamiento desmedido que
afecta a terceros.
Bien dicta la sentencia: quien mata el tiempo,
no es un homicida, es un suicida.
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