Sunday, December 23, 2012

The Big Crush Theory



Por: Perro

El pseudoexistencialismo se ha vuelto un sitio común, un consuelo recurrente para apaciguar, justificar o aminorar ciertas conductas y problemáticas que se encuentran en la vida diaria. Pero ¿hasta qué punto este escudo, esta disculpa, brinda un verdadero regocijo, un alivio, para todo aquello con lo que no queremos, o podemos, lidiar? Recuerdo que cuando era chico, la forma de afrontar el dolor (físico) consistía en recordar que en un tiempo, unos días, ese dolor habría desaparecido para siempre. En ocasiones la gente finca sus esperanzas en la esperanza última: que esa situación termine. Pero las preguntas (pseudo)existencialistas dieron lugar a razonamientos –su validez no será discutida en este texto- cuya propuesta puede mover las motivaciones personales a un camino sin final. La esperanza en la desesperanza de la esperanza.

Podemos esperar a que el dolor pase (“el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional”, decía Siddhārtha Gautamá). Se puede esperar a que mejore el clima, el ánimo, a que termine este año, este período de tiempo, este sexenio. Hay quien pretende la muerte pasivamente, y da por sentado que esta vida es sólo una transición a un espacio-tiempo distinto, mejor.  Así, se puede aguardar al término de la vida con la promesa de otra oportunidad. Reset. Y si todo termina, si todo llega a su fin, ¿para qué hacer?

El final definitivo, de acuerdo con ciertas propuestas físicas actuales, podría ser el final del universo mismo. Se propone que uno de esos finales será una reversión al estado inicial supercompacto de densidad infinita por acción de la gravedad. Este desenlace en particular no deja lugar para salvar evidencia alguna de nada cuanto acontece, aconteció y acontecerá en ningún rincón. Y entonces, todo lo que se haga, bueno o malo, todos tus triunfos, todos tus fracasos, los errores y los aciertos, las decisiones útiles y las inútiles, los engaños, las mentiras, las notas de cordura, todas tus locuras; las historias, los miedos, las demasiadas generaciones que pesan sobre todos desde el pasado, y la responsabilidad de las venideras; la evolución, la música, la guerra, la iglesia, el dinero, los 10 000 actos de bondad de Gould, las familias, las relaciones que terminan, los accidentes, cada muerto, cada especie extinguida, cada enfermedad combatida, cada comentario fuera de contexto, las vergüenzas, los momentos épicos, las peleas, las visiones, las ideas, las teorías, la arquitectura, el conocimiento, los secretos, los premios, las deudas, las urnas robadas, las voces excluidas, la discriminación, los reclamos, la tortura, la historia, el plagio, la fama, el efímero reconocimiento, los resultados, las fobias, los recuerdos, los gritos, las invenciones, la mitología, las explicaciones, los pretextos, las recetas, los olvidos, las condenas, los orgasmos, las cirugías, la poesía, los dolores, las preocupaciones, las primeras veces, las últimas veces, las despedidas, las discusiones, la posteridad, las apuestas, los consejos, los atardeceres, las lágrimas derramadas, los préstamos, lo peor y lo mejor de esta historia, de esta especie, de esta realidad, todo, se compactará sobre sí mismo y no quedará rastro alguno de nuestra existencia. Los nuevos universos potenciales que se generen después de ese Big Crush serán ajenos a todo cuanto ocurrió, de la misma manera en que nosotros lo somos no de universos pasados, sino de lo que ocurre en este momento dentro de este universo, fuera de nuestra galaxia, fuera de nuestro sistema solar, fuera de nuestro planeta, de nuestro país, de nuestra comunidad, fuera o más allá del lugar donde respiras en este momento. Esta frontera de eventos nos permite hacer consciente lo vasta e insignificante que es la existencia. Desde esta perspectiva, la evidencia del absurdo al tratar de encontrar una posición y una explicación de la situación de la consciencia humana en el contexto del universo es abrumadora. Los grandes problemas de la humanidad resultan insignificantes no por carecer de importancia, sino por la facilidad que supondría su resolución en tanto producto de la historia –mínima- de sus actores. Y más ridículamente ínfimos se antojan los eventos personales, intrascendentes más allá de unas cuantas personas; problemas propios de las relaciones humanas, nacidos del hecho de discutir a la persona, de criticar al otro como ajeno a la vivencia diaria, de ese egoísmo de querer que las cosas salgan como uno –seguro conocedor de su posición en el universo- supone, o asume, que deben de salir.

¿Qué hacer? Vivir y abarcar tanto de esta existencia espaciotemporal como sea posible. Independientemente de que creas que hay otro plano existencial posterior a éste, o que no lo haya, que exista un futuro u otra dimensión, o que la frágil vida termina y con ella toda posibilidad… no somos conscientes de su presencia. Se puede pensar que están ahí, esperándonos, pero eso no demuestra su existencia. Vive hoy. Procura no quedarte con ganas de nada. Total, si es un error o un acierto, al final, no persistirá. No es, empero, una invitación a la falta de consideración y consciencia de los actos; una justificación al comportamiento desmedido que afecta a terceros.

Bien dicta la sentencia: quien mata el tiempo, no es un homicida, es un suicida.

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