Por: Perro
La globalización y el capitalismo son el último crimen que cometió la
humanidad contra sí misma. En el zenit de la catástrofe humana –pobreza,
recursos limitados malgastados, deuda, muerte, extinción, insalubridad,
epidemias, etc.- poco se puede decir que ilumine una salida a la situación
actual del planeta. Es un mundo donde la principal empresa de elaboración y
distribución de bebidas gaseosas (y otros productos que compran a los mercados
locales –extinción de la competencia-) patrocina estudios sobre nutrición,
diabetes y obesidad, donde se vanagloria a la belleza como objeto de consumo,
donde la nueva protesta contra el control mental es a través de redes sociales,
páginas y demás recursos cibernéticos –incluyendo al presente blog-. Mucho se critica de la visión
actual de los distintos grupos de poder, y éstos responden mediáticamente con
celebraciones de la estupidez humana que son consumidas con avidez por un
inmenso porcentaje de la población. El falso altruismo, ése que se deduce de
impuestos, ése que consigue publicidad sin gravamen, socava los pocos
yacimientos de esperanza en el planeta. La farsa del “sentido humano” de la
vida, de la moral de dos, tres, cuatrocientas caras, la política y sus actores,
todos estos inventos tratan de convencer a la masa de que “todos somos uno”.
No existe tal cosa como la comunidad global. Es imposible. Los grupos
humanos, aún cuando han sobrepasado los límites biológicos de interacción
gracias a la adicción tecnológica (más detalles en la entrada titulada “Breve ensayo
sobre la autenticidad electrónica” en este mismo blog) sólo ven por sí mismos.
Empero, el altruismo verdadero es más frecuente de lo que podría imaginarse. Es
cuestión de superar la ilusión de las escalas. ¿A qué apunto? Primero, imagine
el lector su red social (real, no los amigos
de Facebook, Goggle+, aplicaciones de los Smartphones
–quienes suelen ser, ahora, más inteligentes
que muchos de sus propietarios-, y demás medios de comunicación a distancia):
Si pudiera salvar a la mitad de ellas, ¿qué criterio emplearía para elegirlas?
Seguramente se fijarían posiciones para la familia (puede o no ser el caso),
los amigos más cercanos, las personas importantes para ellos, etc. Se
jerarquizan en función de lo que representan para nosotros. Es inevitable. Esta
misma jerarquía aplica al momento de elegir entre quienes se repartirá un
beneficio, y aún cuando presumamos de objetividad extraordinaria, siempre
estaremos sujetos a estándares internos que son partícipes inextirpables de la
decisión. Claro que existe la ética, pero ella ha sufrido mucho ya en las
instituciones, y con tan mermada fuerza no reluce demasiado en asuntos
mundanos. Segundo: asumimos que todos los Homo
sapiens son, en principio, seres sociales con un sentido de altruismo o al
menos una sensatez suficientes como para ejercer acciones que promuevan el
beneficio en su grupo (desde uno –él o ella- hasta el número que sea posible).
Este punto en particular se debe considerar para contextualizar Tercero: también se asume, salvo en el
budismo, el perjuicio, más allá del acto de perdón. Cuarto: la consecución del
beneficio puede suponer una empresa enajenante para el individuo, casi una
adicción. Por ello, puede emplear métodos que sobrepasen los socialmente
admitidos e, inclusive, pasar por encima de códigos éticos y legales.
Así, se puede trazar el panorama completo de por qué es imposible la
existencia de una comunidad global: dado que hay jerarquización comprometida
por las interacciones sociales, el beneficio no puede ser para todos, pues no
hay interacciones sociales con todas las personas del mundo. La empatía
experimentada ante la presencia (simbólica o física) de otros individuos en
situaciones desventajosas en un principio puede calificar como distribución
altruista de los bienes; sin embargo, se denota que existe un beneficio para el
actor: ya sea la simple sensación (moralista o no) de complacencia por ayudar,
o motivos más ocultos como la evasión fiscal, favores políticos o incluso el
pago de una “deuda religiosa”. Entre más beneficios haya por repartir, más
poder se adquiere sobre la sociedad. Si bien es cierto que existen (sólo en la
teoría) derechos o beneficios inalienables, intransferibles e inextinguibles,
sólo algunas personas tienen acceso –limitado- a ellos. El beneficio económico
sólo se hace patente cuando existe un desequilibrio, cuando no
todos tienen acceso a todo. La dosificación del beneficio en forma de
programas, apoyos, donaciones y demás mierda mediática es esencial para
mantener el desequilibrio, y para encubrirlo: quien lo otorga se pinta color
héroe, la sociedad de clase media manifiesta su aprobación con el apoyo al
consumo de los productos o servicios responsables y así se hace partícipe del
ciclo pobreza-empatía-apoyo. Pero para que sea rentable, debe explotarse al
máximo esa falsa beneficencia: la pobreza, las llamadas capacidades diferentes,
la “apertura” a la expresión libre de las preferencias sexuales, pertenecer a
un grupo originario (también denominados indígenas, nativos, salvajes, aborígenes,
indios, etc.), es decir, todas las
minorías (que en su conjunto son la gran mayoría) son fácilmente explotables. Y
la clase política es la mejor comercializadora de estas situaciones: derrocha
el erario público en un puñado de personas y sus gustos particulares, en la
milicia para garantizar que no habrá golpes de estado, en comprar propaganda,
televisoras y demás medios para hacerse visible ante la clase media. Mientras
tanto, promueve la preservación del folclor del que tanto gustan los
extranjeros y los adinerados, mantienen al pobre, pobre. Así garantizan que
siempre habrá pobres y desvalidos y homosexuales e indígenas, en situación
desventajosa, exprimible. Y pueden, entonces, haber campañas de recolección de
cobijas, el “buen fin”, juguetones, teletones, campañas sociales para la
aceptación de los derechos homosexuales
e indígenas, comisiones de desarrollo
del campo, comisiones de preservación de la cultura
indígena y demás parafernalia avocada a vender al sistema como una “organización”
“responsable” y “bondadosa”. Y es en este nicho donde encuentran cabida las
transnacionales, los grandes corporativos, siempre ávidos de dinero, de
publicidad gratuita, disfrazada de participación social, disfrazadas de
acciones que están obligados a hacer en tanto humanos y causantes de la desgracia que “solucionan”.
Y luego, no conformes con lo ganado en estas puestas en escena, se
cuelgan del aparato fiscal y deducen las donaciones que convencen de realizar
al público. Es una estrategia ganar-ganar-ganar. Nunca pierden. Nunca. Y la
gente participa a cambio de migajas. Descuentos ficticios, apoyos no
deducibles, donaciones inexistentes, participación comprobada y exenta de
impuestos. Y la población no sólo no emite juicios en torno a tan sensible
punto, se apega a esas actitudes y las exalta, aún cuando es en su detrimento.
La población está absorta en el mundo mínimo que el mismo sistema le ha
construido. Son tan vulnerables porque no se percatan de ello. Se preocupan por
mantenerse vivos día a día. Y eso beneficia al sistema. Lo nutre. Lo cuida. Y, siendo
así, lo que más molesta es que se preocupen por crear un teatro para un público
tan reducido. Pocos cuestionan, indagan, sopesan, y deciden. El resto se deja
llevar. Pero ese resto compone un porcentaje abrumador de la masa humana.
Algunos deciden no decidir. Otros no tienen siquiera esa opción. No conviene
que unos ni otros decidan. Y podrían ser, los políticos, las empresas, cínicos
con sus acciones, y nada pasaría. Tienen la milicia y la policía de su lado,
con la tecnología y metodología para perseguir, amedrentar, desaparecer y burlarse
de quien pretenda cambiar sus intereses. Es estúpido que gasten miles de
millones de pesos en montar “complejas” maquinarias para exprimir el voto, el
dinero y la preferencia de las personas: no lo necesitan. Las generaciones
anteriores de políticos y empresarios ya hicieron el camino. Poco queda por
hacer. Ellos cuidan a su pequeña comunidad, se cuidan entre sí, y esbozan “elaboradas”
estrategias para preservar sus utilidades, como el ignominioso “pacto por
México”, que pretende hacer creer a la masa que sus intereses están por encima
de los de la clase política, cuando en realidad es un cierre de filas entre los
actores de una estrategia de extinción de criterio en la población mexicana. Es
imposible pensar que un idiota del calibre del actual presidente del país (casado
en segundas nupcias con una ex-“actriz” de telenovelas de televisa, la
impulsora y principal interesada de esta presidencia de juguete) pueda tener
intenciones de desparasitar a la masa, arrancar las herramientas del sistema
del que él emana, más cuando realiza propuestas tan estúpidas como prometer “mejores
telenovelas” (Proceso, 2 de marzo de 2012). No es creíble que desee que la
gente piense y reclame que le han visto la cara toda la vida. Sólo importan sus
amigos [no su familia; se presume que tentativamente mató a su primera esposa
tras una serie de escándalos de pareja (Proceso, 11 de enero de 2007)] y la
gente a la que le debe su posición política: el Grupo Atlacomulco.
Se entiende, entonces, que este grupo de individuos hará lo que sea por
defender sus intereses a costa de la población. Cambian menores de edad y
pornografía infantil por botellas de cognac, terrenos para mineras por grandes
sumas de dinero, favores de la Suprema Corte de Justicia de la Nación por regalos, bonos y bienes inexplicables. Todos ellos ganan. Pierde la gente del
pueblo, y es feliz con ello: resulta que el sistema les conviene porque en su
mediocre escala, les permite jugar al mismo juego: tranza y aprovéchate de
quien puedas, con tal de poder compartir lo que has acumulado con quien te
interesa compartirlo.
Referencias:
·
Redacción de Proceso. Promete Peña
Nieto mejores telenovelas al electorado femenino. Proceso (2 de marzo, 2012); disponible en: http://www.proceso.com.mx/?p=299806.
·
Villamil J. Peña Nieto: El político. Proceso (30 de marzo, 2012); disponible
en: http://www.proceso.com.mx/?p=302702.
·
Redacción de Proceso. De 1910 al
Teletón. Proceso (5 de diciembre,
2010); disponible en: http://www.proceso.com.mx/?p=258766.
·
Hernández Alcántara M. El escándalo por
la conjura contra Lydia Cacho, la peor experiencia de Mario Marín. La Jornada, año 27, número 9508 (1 de
febrero, 2011).