Sunday, June 06, 2010

El idioma universal I

Por: Perro


-I: Desamparo, ver. 1.0.0-


Caminas en una tarde oscura. Tres días sin comer. Sin crédito en el celular. Cinco pesos en la bolsa. Empapado por la sorpresiva lluvia de mayo en abril. Se mojó tu pasaporte, única identificación que poseías. La mochila rota. Los tenis rotos. Asoma tu dedo al frío exterior a través de tu calcetín roto. Gastritis y la molestia de la rodilla. El agua a los tobillos… el golpe de frente en el dedo expuesto con el pedazo de tubo de metal en el cual no reparaste por caminar aprisa para llegar pronto a casa, donde nadie te espera. Se fue la luz. Olvidaste cerrar la ventana: tu cama, empapada. El librero, empapado. La ropa sucia. Sin comida en el refrigerador. No hay alcohol en tu alacena. Has dormido dos horas a causa de un compromiso que se canceló. Se acabó el gas. Te das cuenta que has perdido la cartera porque no cerraste la mochila. Azotas la mochila y pega con el cargador del celular… ahora se ve inservible. Un libro cae del librero, el peso del agua hace que ceda a la gravedad: ahora las letras de Baudelaire nadan en el charco que se extiende metro y medio desde la ventana. El dolor de cabeza se torna brusco e insoportable. Suben de tono las cosas con la fiebre y el escurrimiento nasal.


-II: Éxtasis, ver.1.0.0-

Afuera llueve, El viento apenas tiene fuerza para desviar las gotas de agua hacia la ventana. No importa. El húmedo frío se cuela por entre la puerta y la ventana mal cerrada. No afecta. La poca luz que deja pasar el nublado cielo esa tarde se extingue mientras las velas apenas iluminan la habitación. Tu olor llena la habitación. Sólo se alcanza a distinguir apenas el ruido del agua cayendo cuando desaceleras la respiración. Tu ropa yace por el piso de la habitación mezclada con la mía. Siento el sudor en mis manos y en tu piel, cálido, indistinguible el uno del otro. Disfruto tu tersa piel deslizarse bajo mis palmas y tu cuerpo moverse al compás del deseo. Me besas, me muerdes, mientras todo adquiere un nuevo tono. Puedo atreverme a decir, por tus besos, que me quieres, que esta tarde morará por siempre en nuestras mentes. Puedo aventurarme a pensar que el abrazo en el que nos fundimos, que el calor que intercambiamos, que tu olor a perfume, lápiz labial, shampoo, sudor y saliva que se mezcla con mi menos agraciado aroma, son indicativos de pasión entre nosotros.

Hay al alcance de la mano un líquido fresco que disipa con su ingestión un poco del calor y devuelve la noción del clima exterior. Agitada aún, te alcanzas a acomodar de manera tal que mi cuerpo cubre la totalidad de tu extensión, de espaldas a mí. Agarras mi mano y la colocas sobre tu muslo, me obligas involuntariamente a la caricia. Te tomo de la cara y te beso. Es tu respuesta la más dulce y más agradable que podría haber esperado jamás. Tapo nuestros cuerpos con una sábana que escapó de la batalla recién librada y su textura ligera y suave pronto conforta nuestro cansancio e invita al sueño. La tarde se extingue mientras reposamos uno junto al otro, con el calor (físico, emocional) suficiente para que ese anochecer no perturbe el momento. 

Llueve profusamente.

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