Por: Perro
Capítulo III
De los extranjeros
Artículo 33. Son extranjeros los que no posean
las calidades determinadas en el artículo 30. Tienen derecho a las garantías
que otorga el capítulo I, título primero, de la presente constitución; pero el Ejecutivo
de la Unión tendrá la facultad exclusiva de hacer abandonar el territorio
nacional, inmediatamente y sin necesidad de juicio previo, a todo extranjero
cuya permanencia juzgue inconveniente.
Los extranjeros no podrán de ninguna manera
inmiscuirse en los asuntos políticos del país.
Mucha gente ha vendido su dignidad, su tiempo, su profesionalismo o sus
capacidades para el proyecto de trabajo de Peña Nieto. Su remuneración han
tenido: desde tortas y bebidas hasta posiciones políticas. Desgracia tras
desgracia, escándalo tras escándalo, litro de sangre tras litro de sangre, la
incompetencia de la “cabeza” de este país se ha hecho patente. Hoy, quien
defiende lo indefendible se debería enfrentar contra sí mismo para plantear por
qué sigue del lado de la ineptitud. Toda esta gente podría juntarse y buscar la
expulsión y veto de Roger Waters, quien en días pasados lideró a un conjunto de
artistas de diversos rubros para una de las puestas en escena más
impresionantes que México ha visto desplegarse en su territorio.
Roger Waters hizo un llamado al presidente (en español, para que no le
cueste trabajo al inepto entenderlo) y desde las entrañas de la ciudad sede del
poder ejecutivo de México, le soltó una bofetada mediática a él y a su
(des)gobierno:
“Existe otro muro el de los privilegios que
dividen a los ricos de los pobres... la vez anterior que estuve aquí, conocí a
algunas familias de los jóvenes desaparecidos. Sus lágrimas se hicieron las
mías, pero las lágrimas no traen de vuelta a sus hijos... Señor Presidente, más
de 28 mil hombres, mujeres, niñas y niños han desaparecido, muchos de ellos
durante su mandato desde 2012. ¿Dónde están? ¿Qué les pasó?... Señor Presidente
escuche a su gente los ojos del mundo lo están viendo”
El artículo 33 en su redacción y alcance queda anacrónico a la realidad
mexicana. Como bien expone el Dr. Manuel Becerra Ramírez: “De lo anterior se
desprende que en principio, los extranjeros tienen derecho a las garantías
individuales que otorga la Constitución, pero el Ejecutivo de la Unión, a su
leal saber y entender, puede hacer abandonar a los extranjeros. Esta facultad
del Ejecutivo es exclusiva de él, y el extranjero tiene que cumplir
inmediatamente y no tiene derecho a juicio previo. Una facultad amplia, digna
de un dictador del siglo XIX o bien de una dictadura militar”.
La frase ambigua, laxa y presa de lo subjetivo que reza “[…] todo
extranjero cuya permanencia juzgue inconveniente” brinda al titular del
Ejecutivo la posibilidad legal de un berrinche a la mexicana (en mi casa y con mi gente, se me respeta).
Sin embargo, esa misma facultad no fue aplicada ante un ciudadano estadounidense
(Donald Trump) quien, tras su escandalosa presentación al lado de Peña Nieto, se
mofó de los “acuerdos” llevados a cabo en una patética reunión a puertas
cerradas en Los Pinos. A este candidato se le hubiera aplicado el peso del
artículo 33 al considerarse popularmente como persona non grata con todo el apoyo del pueblo mexicano. Más allá
de la intromisión en la política del país, sin el amparo de una diplomacia
reservada para un Jefe de Estado, los reiterados comentarios de odio hacia el
pueblo de México hubieran bastado para tomar la ambigüedad de la inconveniencia
mencionada en el artículo 33 para limar asperezas con un desaprobador
electorado mexicano y retirar un poco de la materia fecal que Peña se ha
esforzado por acumular, semana a semana, durante los últimos cuatro años. Pero
no ocurrió así. Al republicano en desgracia, después de excusarlo ante los
compatriotas porque somos nosotros los idiotas que no entendimos lo que el buen Trump quiso decir, se le trató
como representante de una nación, como aliado estratégico, como amigo. Horas más tarde, se burlaba obscenamente
de la visita y la presidencia de la nación sólo se esforzaba por tratar de enmendar
la situación vía Twitter. La falta de carácter que acusa Peña desde su mal
habida llegada al poder en 2012 sólo quedó de nuevo en evidencia al no hacer
nada más que gritarle desde una red social a Trump "Repito lo que le dije
personalmente, Sr. Trump: México jamás pagaría por un muro". No tuvo el
valor para defender la soberanía de un pueblo al que el empresario ha ofendido
y desprestigiado y poner de alguna manera un alto a los muros del vecino incómodo. Puso la banda
presidencial de tapete y la ofreció para lustrarle las suelas al político del
norte. Pero para Enrique Peña, él no es un extranjero inconveniente. Justificó
y se arrastró (una vez más) ante los medios y la otra candidata de EEUU para
suplicar entendimiento a su accionar. Algún precio político tendrá de ventaja para
él, sus asesores y Videgaray, quien presuntamente coaccionó a Peña para
realizar tal reunión. No me sorprendería que, en el posible escenario de una
victoria republicana, Videgaray funja como embajador de México en EEUU. O como
accionista de alguna empresa relacionada con los negocios de Trump. Su justa
recompensa a tiempo llegará.
En cambio, decirle a Enrique Peña que está del lado de la nación, que
cuestiona los medios y los resultados de su gobierno en materia de derechos
humanos, y darle megafonía al ya estridente grito de “Renuncia Ya”, podría
significarle a Roger Waters la expulsión del país. Se lo dijo fuerte y claro,
en su idioma. Se lo dijo sin tapujos. Pero ya
no puede ser víctima del artículo 33, pues cuando fue necesario que Peña
hiciera uso de su ambivalencia, le tembló la mano, si acaso lo consideró en
algún momento. Porque dejó pasar la inmediatez del 28 de septiembre, y luego la
del 29 de septiembre. Porque se le recordó con Algie y sus amigos que nos faltan 43 y miles más y no acertó a
decir nada. Porque elevó la voz de las y los muertos y sus deudos y los puso en
un pedestal a su altura, y su respuesta fue el silencio. Porque tuvo la
complacencia y participación de miles de mexicanos en vivo y de cientos de
miles en las redes sociales y de millones en las calles y avenidas de este
país, maltratado y defecado por las decisiones de sus gobernantes. Porque
expulsar hoy a ese extranjero incómodo es terminar con la debacle de su
aprobación ciudadana. Porque la situación del país no puede obviarse y hacer
oídos sordos a los gobiernos extranjeros que, sin inmiscuirse, desaprueban los
modos, los medios y los fines de Peña y su gabinete. No puede correr a Roger
Waters porque el precio mediático que pagaría su gobierno es incosteable y la
desaprobación y la indignación llegarían a límites pocas veces vistos en la historia
del cuerno de la abundancia. No puede expulsarlo porque quedaría expuesta su
ineptitud y su participación culposa en los actos que son reclamados por
millones de mexicanos. Expulsarlo sería síntoma de ardor y en esta ocasión, se
lo tendrá que tragar. Y porque, hoy en día, y como sentencia perfecta para
terminar el discurso, Roger Waters le recordó que “los ojos del mundo lo están
viendo”.