Por: Perro
Parece que la
estrategia política predominante para el gobierno federal hoy en día es: Dado
que no podemos hacer nada bueno (total, ni cuenta), tendremos que hacer que se
olvide la última estupidez con una estupidez de mayor calibre. De todos los
errores que ha cometido el abyecto gobierno de Peña Nieto, posiblemente el
único con el que todos los mexicanos sin excepción se deberían sentir ofendidos
es con la invitación del pseudo mandatario a Donald Trump a pisar territorio nacional.
Porque si algo le duele al mexicano, en común, es que le pisen la mexicanidad. Cuarenta
y tres estudiantes muertos no importan a todos, pues son estudiantes. Y… ¡estudiantes
de maestros! El conflicto magisterial se ha tornado en una polarización
irrisoria. La gente está harta de los maestros, y no del gobierno que no hace
nada por ofrecer una educación de calidad. Ante tal descontento, la evidencia
del plagio de la tesis del presidente debería haber sido la fuerza que
desequilibrara la balanza, el desempate ante la incongruencia de que alguien
con un título robado, un delincuente (sí, el plagio es una ofensa que se
resuelve por la vía penal) que fracasó académicamente, obligue a cumplir con
estándares educativos a los maestros del país. Pero no. Imbéciles subnormales
salieron a defender a Peña Nieto. A alabar la proeza de que, sin la tesis, pudo
llegar a la presidencia. A decir que no se necesita ser académico para gobernar
un país. Y muchos más, a minimizar la existencia del plagio. Feminicidios,
ecocidios, fraudes, corrupción, conflictos de interés… siempre hay alguien para
quien lo que se dice es una vil exageración y el empoderamiento de la estupidez
en la casita de Los Pinos no es nada, o a lo más, es resultado y reflejo de
nuestra condición de mexicanos.
Pero que en
vísperas de la entrega de un nimio y vago informe de gobierno el atrevimiento
estúpido de Enrique Peña, invitase a quien ha despotricado contra los mexicanos
de las maneras más clasistas y racistas posibles, no debiera tener perdón. Que,
so pretexto de una charla de estrategias con “candidatos presidenciales” del
vecino del norte, haya profanado el suelo mexicano con alguien que más bien
debiera ser proclamado persona non grata, no debiera tener perdón. Alguien que
llamó a miembros de tu familia violadores, criminales, vendedores de drogas, y “lo
peor que le puede ocurrir a América (sic)”, no tendría por qué realizar una
visita a este país. Y por mera congruencia, si Peña Nieto tuvo el apremio de
llamar ignorante (no sé con qué calidad ética) a Trump, debería haberse
mantenido en ese canal y no invitar a tan odiado personaje.
¿Dinero? ¿Poder? ¿Una agenda política? No lo sabremos
hasta dentro de unos meses. Peña Nieto una vez más se comportó
a la altura de lo que esperamos de alguien cuyo nombre y prestigio político
salió de Televisa, de alguien a quien le han construido desde la candidatura
hasta la documentación legal sobre la que su poder se respalda. Se comportó a
la altura de alguien casado con una actriz de la misma casa comercial. Como
alguien cuyos mítines políticos eran más verbenas populares para manejo de
imagen. Y México no debería comportarse a la altura de lo que estamos acostumbrados.
Este debería ser el colmo, la pesadilla, la gota que derrama el vaso. Pero no
será así porque en 16 días se celebra “la independencia” e irán a corearle los
gritos a Peña. Al calor de las cervezas, las mexicanadas de siempre, el compadrazgo, el machismo, Valentín
Elizalde o Juan Gabriel o Banda el Recodo o el Komander, todo se olvidará. Al grito de ¡Eeehh Putooo!. Nalgadas a la comadre. La mordida al alcoholímetro. ¿Trump? Su
visita no nos afecta porque no somos gringos. O porque no tenemos familiares mojados. O porque yo sí tengo dólares. O
porque no sé de, ni entiendo, ni me interesa la política mexicana o extranjera.
Pero qué bueno que ya regresan los juegos de la Selección Mexicana, ahora contra
El Salvador. Qué buena está la barra de programas de TV Azteca y qué lindo
remodelaron a Televisa. ¿Leer? El TV
Notas. Y pues si el gasolinazo, a mí no me afecta
porque no tengo coche. Los desaparecidos no son míos. Si los maestros, pus yo ni estudio, pa’ qué le hago. Y así, esto también quedará en el olvido. En la
indignidad.